La salita de Moy

La historia de un hombre sin bulto

Qué ratito más malo, chiquillo. Uno que nunca había pasado por un quirófano, cuando vi todos aquellos artilugios y útiles quirúrgicos pensé que me iban...

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Qué ratito más malo, chiquillo. Uno que nunca había pasado por un quirófano, cuando vi todos aquellos artilugios y útiles quirúrgicos pensé que me iban a operar a corazón abierto. Pero pasa, no te quedes en la puerta, que aunque tengas algo de molestias podemos sentarnos en mi salita para charlar un ratito.
Pues eso, en la mismísima Versalles, porque lo del interior del Hospital Fátima es un verdadero patrimonio de la humanidad, aguardaba mi turno con los mismos nervios de un niño cuando visita por primera vez al dentista. Y llegó el celador: "acompáñeme señor Ruz". Ole, ni en los mejores restaurantes... Eso sí, cuando me montó en el ascensor y le dio a la planta -1 (quirófanos) sentí ese sudor frío por la espalda. Vamos, que más que a un quirófano parecía que iba al mismísimo corredor de la muerte. Qué yuyu.

Me pusieron la batita verde, luciendo ahí tipazo... Y camino de la camilla recé más Ave María que un campamento vocacional. Y allí estaba, el Dr. Jean Marie Cadet, el que una semana antes me decía en su consulta que me pondría tres puntos tras quitarme el quiste de la espalda, pero que esos puntos se los íbamos a dar mejor al Betis para el año que viene. La guasa de un médico que veía en los ojos de su paciente el miedo de un verdadero corderito.

Me enchufó la anestesia y comenzó. No sabía a qué aparato no mirar. Y venga tijeras. Y venga bisturí. De esta no salgo, pensaba. Hasta que él tomó las riendas y me hizo saber en el perfecto uso de la práctica que el tremendismo aquí no tiene cabida. Empezamos charlando sobre los coches que están fabricando los chinos, que copian hasta los Mercedes. Como no, del mangoneo político de este país y del duro futuro para los jóvenes. En ese momento me dijo que ya era un hombre sin bulto. Ya estaba fuera. Comenzó a coser y empezamos a hablar de fútbol y de los cinco puntos que de allí me llevaría (tres para el Sevilla y dos para el Betis). Me levantó de la camilla y concluyó. Me esperó que me cambiara para darme el informe médico y el parte de alta. Y hasta hoy miércoles para comenzar con las curas.

Claro. Me dirás que lo normal. Por supuesto. Pero de allí me marché pensando que el Dr. Cadet me había como poco salvado la vida. Qué gracias a su enorme amabilidad perdí todo miedo a mi pesadilla con los quirófanos. Y que si tuviera algún día que regresar, toco madera, aunque fuera por el corazón y no fuera su materia buscaría a este enorme cirujano del Hospital Fátima. Porque así da gusto visitar al médico. Porque así los miedos se convierten en soluciones gracias a grandes doctores como éste que tenemos en nuestra maltratada sanidad. Y sí, querida Paquita, te llevaremos más VIVA al hospital..

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