Desconozco si finalmente se subirá el IVA de los libros o no. Confieso que no entiendo -ni quiero- el universo de los gravámenes, los ajustes, los tipos reducidos y las tablas paralelas pero tampoco me fío del uso que de mi dinero hagan los gobernantes. Me provoca un profundo malestar general acercarme al mundo de los puntos distributivos, las tasas establecidas y la madre que parió a los números. La nausea se incrementa cuando uno comprueba que los impuestos son exactamente una serie de armas para combatir al adversario político y marcar a fuego en la piel del pueblo el símbolo que toque. En los libros, en la literatura, en el conocimiento descansa algo tan sagrado como la libertad, el bien primero y más relevante de los seres humanos. Y por eso todo lo encuadernado es motivo de alta salivación de los voraces gestores políticos que alcanzan la cima del poder bramando por la libertad para cortarla de un tajo en cuanto han subido a la cumbre. Son y ejercen la mentira. Conocen además que en las aulas y en las bibliotecas puede estar el secreto de la anestesia del prójimo.
Un gobierno que se autoproclama progresista no puede jamás subir el IVA de los libros, ni el de los de texto ni en el caso de la literatura general. No puede atacar el precio (subiéndolo a sabiendas) de las hojas cosidas a sus tapas llamadas a sostener el conocimiento, el crecimiento de las personas que conforman el colectivo y -en definitiva- a fomentar el progreso a través de la libertad y la cultura.
Editoriales, imprentas, distribuidores, vendedores, librerías, escritores y en primer término los lectores conforman ese bendito paraíso cultural llamado a sostener la bandera del avance social que enriquece, que nos hace libres. El gobierno no puede retirar al pueblo el arma civilizada que tiene para defenderse de los pensamientos únicos, del mundo radical, de los extremos ideológicos y de las intenciones de adormecer inquietudes para, bajo el paraguas de un supuesto reparto global, manejar a propio interés el dinero y el ritmo vital de las personas libres. Leer tiene que ser mucho más barato, como formarse, como publicar, como imprimir, como abrir y mantener unas librerías que se mueren agonizando en el pantano de las plataformas digitales y el yugo de los caudales de impuestos que arrasan con algunos -que no todos- segmentos de la cultura de nuestro país.
España necesita de manera urgente un plan integral de apoyo a las letras, a la literatura, a la venta, a la circulación del mundo de los libros. Miles de librerías -afectadas por la pandemia vírica- echan cada mañana la persiana arriba con la esperanza de que algún lector acuda a la llamada de las hojas, las aventuras, el análisis y los versos. Que no demuestren con este descaro que les preocupa que el pueblo se forme. ¿Acaso no consiste en eso el progreso, la convivencia y la libertad?
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