Decía Horace Mann que igual puedes robar el dinero de una persona si robas su tiempo. Yo lo hago extensivo a si robas el trabajo que ha producido con su tiempo. Aunque el trabajo no sea tangible. Sea algo que no podemos pesar ni medir, a no ser que se traduzca en un objeto y midamos con la inexorabilidad del tiempo las horas empleadas. El caso que les cuento, sí puede ser medido. Hace unas semanas les hablaba desde estas líneas de un libro fantástico llamado Psiconutrición, ópera prima de Griselda Herrero y Cristina Andrades. No sé exactamente cuánto tiempo han dedicado a realizar su obra. Tiempo de su trabajo, de dedicación a su familia, de sueño… durante años. Porque una obra así es fruto de estudio y de investigación. Pues bien, cómo era de esperar, el libro está siendo un éxito de ventas y de crítica. Cosa que hace felices a sus autoras, y de paso a su editora, Isabel Blasco, que es un ángel de la Guarda entre páginas.
Y de repente, se encuentran que alguien decide que ese trabajo, ese tiempo, ese esfuerzo no tiene mérito ni dueño. Una mujer desde Chile, compra un ejemplar, lo fotocopia y encuaderna burdamente y decide venderlo sin pudor ninguno a través de las redes sociales. Perfiles de la red que son imposibles de rastrear legalmente por ese vacío legal en el que navegamos. Las fotos de los libros fotocopiados, de los paquetes listos para ir a Correos, y sus palabras hablando maravillas del libro (y de las autoras) para promocionar su venta, me parecen de una obscenidad absoluta. Porque me demuestra que cree que no está haciendo nada malo. Al fin y al cabo sólo es un libro, ¿verdad? La cultura es de todos y debería ser gratuita ¿no?
Pues no, no es sólo un libro, es el fruto del trabajo y de la inversión de unas profesionales, de una editora, de una editorial. Y la cultura no es gratuita. Para hacer algo gratuito, proclamen gratuito el pan y la leche, que es más necesario, o por lo menos más primario. Fotocopiar un libro es robar. Igual que quitar un bolso, o romper un cristal para llevarse un coche.
Por otro lado me queda la satisfacción de ver inundadas las redes con fotos de personas denunciando esta venta ilegal y apoyando a las autoras. Todo no está perdido.
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