He confesado muchísimas veces que soy una fetichista de comienzos de novelas (cada uno colecciona lo que quiere) y tengo grabado a fuego en esta cabecita loca algunos comienzos deliciosos. De ésos que cuando los lees te inoculan algo que te impide soltar el libro hasta que te encuentras frente a frente con el final. y de esta colección que atesora servidora, si alguien me obligara a la crueldad (no lo permitiera Dios) de quedarme con uno solo, elegiría a Nabocov sin dudarlo. Hagan la prueba. Busquen cualquier edición de Lolita y comiencen a leer lentamente, masticando cada una de las palabras:
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”.
Sólo con estas ochenta y una palabras, el autor descorre los visillos de una de las más bellas novelas sensuales (que no sexuales), de una filigrana de frases que son capaces de crear las mejores escenas que años más tarde (creo que el año 1962) Stanley Kubrick dibujó en blanco y negro con la ayuda de un atormentado James Mason. Por cierto, no cometan el error de ver la horrible versión de Jeremy Irons, si no quieren quedarse ciegos. La cara de acelga de Irons y la mala interpretación del resto, piden condena eterna en un cajón.
Sonaron voces a principio de año, de la mano del movimiento #metoo, que calificaban a “Lolita” como una obra machista, como un panfleto que inducía a la pederastia... En las redes sociales se daban nombres de feministas convencidas a las que ponían esta petición en sus bocas, y tuvieron que salir al paso desmintiéndolo. Pero daba igual, la condena del rumor, la de la injuria que cabe en 140 caracteres o en una columna de un periódico, dictaba sentencia firme contra estas mujeres. Y etiquetaba sin pudor a feministas de primera a las que pedían hoguera, y feministas de tercera regional a las que pedían (pedíamos) cordura y literatura. Y en medio de todo, el mundo girando, que no avanzando... Ay Lolita, Lolita...