Si cierro los ojos todavía puedo escucharlo. Mi padre conduce un Chrysler 180 verde, al lado mi madre y detrás mis hermanas y yo. Vamos hacia Málaga y la antigua carretera llena de curvas hace el camino demasiado largo para tres niñas. Estamos en los 70 y no existen Ipads con videos de Pepa Pig para distraer a los niños. Mi padre canta para que no nos mareemos. Es un recurso bastante certero, aunque su repertorio es corto. Comienza con las canciones de la mili allá en Tetuán en 1954: “El día que me entere que me van a licenciar, con el duro de la gorra emborracho al capitán...”. La cosa se anima, nosotras coreamos esa alegría de licenciarse sin saber muy bien qué es. La carretera sigue curvándose y nosotros cantando hasta llegar a nuestra favorita: “Nadie en el Tercio sabía quién era aquel legionario tan audaz y temerario que en la Legión se alistó...”. Y mi padre nos explicaba que aquel hombre se había alistado a la Legión con una carta de su amada en guardada en el pecho y que se ponía en primera línea de batalla para jugarse la vida.
Mi imaginación volaba y veía a un legionario guapísimo, que confieso que se parecía mucho a Alfredo Mayo, correr entre silbidos de balas buscando la muerte para estar junto a mí. Porque yo obviamente era aquella “divina mujer” que había escrito en aquella carta: “...si algún día Dios te llama, para mí un puesto reclama que a buscarte pronto iré”.
Yo quería ser la Novia de la Muerte. No se me ocurría a mis doce años mejor papel que aquél. Igual que no se me ocurre mejor sitio cada mañana del 12 de octubre que estar junto a mi padre (un convencido viejo socialista) viendo el desfile, para que me siga explicando a sus 84 años que los de las capas blancas son los regulares, y esperar con el paso marcial de los legionarios con la cabra.
Les cuento todo esto porque tengo miedo de una sociedad que quiere esconder lo políticamente incorrecto a los niños. Yo crecí y me hice una mujer madura con lobos que se comían a Caperucita, con brujas que metían a los niños en casitas de chocolate para comérselos después, con las cruentas selvas de Salgari y los peligros del Mississippi de Twain, y con la sensualidad de Lolita...
Y ahora, cuando voy en el coche, canto el Novio de la Muerte y sonrío.