En estos días en los que aún la melancolía que produce el síndrome de abstinencia del pregón dulce del incienso, he querido someter mis tristezas con las páginas de un libro que desde el título ya me prometía enamorarme. Ha volcado mi querido Manolo Mateo en su libro Manual del Deseo toda esa sabiduría valiente y generosa de los que saben de lo que hablan.
"Manual del Deseo" expone con desnudez y sin eufemismos la pasión, la inquietud, la grandeza y, en ocasiones, el miedo y la ruina que acompañan las relaciones entre mujeres y hombres en un tiempo confuso e inestable, donde todo tiende a la endeblez y al ruido. Manolo aborda con pericia y sin temblarle el pulso las distintas etapas de la relación, desde las primeras e improrrogables pasiones hasta el nacimiento y germinación del amor, para acabar en la ruptura y muchas veces en la infidelidad que acompaña toda copa rota.
Estas páginas son el diagnóstico de una de las necesidades que con más ahínco y dedicación profesamos a lo largo de nuestra vida: la excitación que despierta el cuerpo desconocido, los sentimientos primerizos que se abren paso entre la urgencia y la confusión, los deseos que se pueden contar y aquellos otros que conviene ocultar, el dolor por el abandono y sus fases tiempo después hasta que todo, sin apenas imaginarlo, vuelve a comenzar.
Un libro que demuestra que no hay nada más inasible que las relaciones humanas, nada más resbaladizo que lo que aseguramos sentir y al cabo del tiempo ha mutado en otra cosa muy distinta de lo que en un principio queríamos. Un libro sobre lo que somos y sentimos. Y sobre lo que son y sienten aquellos y aquellas que nos importan.
Y no crean que la palabra “manual” se ha colado en el título por pura casualidad. Abran las páginas de este libro de reglas, de estas instrucciones susurradas con deleite en el oído de los que no tenemos miedo al escalofrío de la vida desnuda. De los que nos miramos las cicatrices y las mostramos con el oculto orgullo del vencido. De los que miramos cara a cara a nuestra sombra hasta que se convierte en simetría obscena de nuestro cuerpo. A usted y a mí, que ya no nos duele el corazón porque se nos hizo en apóstata de nuestros sentimientos.