La Gatera

Abandonos

Comienza el calor y los fines de semana veo desde mi ventana la hilera de coches huyendo de la ciudad...

Comienza el calor y los fines de semana veo desde mi ventana la hilera de coches huyendo de la ciudad. Buscando mejores temperaturas lejos del asfalto.  Soy yo poco de moverme de casa, aunque lluevan pimientos fritos como dice mi querido Antonio Sánchez Carrasco (el fotógrafo de los sueños), o los grajos repten.  Pero habrá a quien le compense el meneo de enseres arriba y abajo. Lo malo es que en esos "meneos" siempre hay algo que estorba. Y ese algo a veces tiene vida.

Verán: yo vivo con cuatro gatos y no estoy loca. Esa es la coletilla que añado siempre que alguien me pregunta cuántos gatos tengo. Como no suele ser suficiente esta aclaración, quizás porque suene a disculpa para tapar una “autoculpa”, por lo general explico que sólo tenía uno, pero que al estar vinculada a una protectora y hacer de casa de acogida de algunos animales abandonados a los que no quería nadie, terminé con algunos más en la nómina. Es una historia común, muy repetida. Pregunte a su alrededor y encontrará muchas historias idénticas a la mía. Crees que puedes luchar contra la irresponsabilidad y el salvajismo del abandono de animales y te encuentras sólo frente a un océano de despropósitos. Por cada animal que recogemos, hay un número multiplicado por la maldad de los que querían un cachorrito en navidad y que en vacaciones no saben qué hacer con ellos. Todo esto aliviado con el absurdo pensamiento de que es un animal y puede arreglárselas solo, que la naturaleza sabe lo que hace. Intente dejar a un niño de diez años en la selva, no creo que le vaya muy bien. Abandone a un gato que sólo ha conocido vivir bajo la protección de un humano, ocurrirá lo mismo. Sería más humanitario pegarle un tiro al animal que dejarlo a su suerte, suena terrible, pero es así. Y por lo menos sería más coherente con la actitud del abandonador.
Vivir con mis gatos me supone muchísimo esfuerzo. De limpieza, de alimentación, de gastos veterinarios, de responsabilidad de cuido y mucho más. Pero aunque en algunas ocasiones, no se lo niego, me resulte cansado, no se me pasa por la cabeza deshacerme de ellos. Por lo mismo que no falto a mi trabajo, no dejo de cumplir con mis obligaciones hacia los demás, ni me abandono a la pereza, por un sano sentido de la responsabilidad. Cuando estos seres vivos cruzaron el umbral de la puerta de mi casa, yo firmé con ellos un contrato imaginario en el que me comprometía a cuidarlos hasta el fin de sus días, y si era yo la que antes cogía el bolso para irme, ya estaba organizado su futuro.

Quizás esté loca. Quizás vivir con cuatro gatos me convierta en una diana de críticas y mofas. Quizás si añadimos que no tengo hijos, que supero la cincuentena, y que me rodean miles de libros, la broma es más fácil y la mofa más argumentada.

Pero sólo hay una razón para que mi viejo gato negro Chipi y yo aceptáramos a estos compañeros de piso, que otros tantos indeseables un día decidieron deshacerse de ellos. Y ahora ¿quién está más loco?

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