Boyhood

Publicado: 21/09/2014
Hace muchos años (demasiados, ay...) mi mentor, Antonio Porpetta me enseñó que la poesía era como un chal, que todos podían poner sobre sus hombros...
Hace muchos años (demasiados, ay...) mi mentor, Antonio Porpetta me enseñó que la poesía era como un chal, que todos podían poner sobre sus hombros pero que a cada uno de nosotros abrigaría de forma diferente según la temperatura de nuestro cuerpo. Recordé esto cuando Manolo Grosso me “ordenó” (con esa bondad con la que sabe decir las cosas) que no dejara de ver la película Boyhood. Servidora, que es ingrata y no valora como merece la gran suerte que tiene de recibir consejos de uno de los hombres que más saben de cine, se enganchó a la idea por aquello de la excentricidad de haber sido rodada durante doce años. Bueno, aquello olía un poco a Show de Truman, podría estar bien.
Pero Grosso añadió algo más. Dijo: es pura poesía.

Y ahí estaba la clave de toda la película. No hay una trama, no hay una historia, no hay siquiera un desenlace, porque es la vida misma, donde se encuentra su trama (sí, la de usted que lee esto), su historia y el desenlace por el que se levanta cada mañana y abre los ojos.

Los personajes están tan alejados de los clichés que podrían sentarse a su lado en la butaca del cine, pero al mismo tiempo crean una atmósfera tan etérea, tan melancólica, que sus fragilidades les convierten en pequeñas realidades reinvidicadoras de un mundo ya no mejor, sino más coherente.

Hacia años que no disfrutaba tanto con una película, años que no salía de la sala del cine con la sensación, como cuando era niña, de que esa película se había escrito, filmado, dirigido y proyectado exclusivamente para mis ojos. Como ese chal de versos que me abrigaba según la necesidad de mi cuerpo.

Y no es una majadería de servidora, cosa que no seria de extrañar, que una se declara sensatamente excéntrica en sus gustos y sensaciones, es algo más, y además compartido. La gran virtud de esta película es que cada uno de los que estábamos sentados en la sala vimos una película diferente, la que necesitábamos en ese momento.

Decía Federico Fellini que un buen vino era como una buena película: dura  un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y , como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador.

Vayan a verla, y después hagan como yo saboréenla con una copa de vino y buena charla. No será servidora quien le lleve la contraria a Fellini.

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