La escritura perpetua

Aute

Aute, poco después de morir Franco, hablaba en sus canciones de amores que en realidad eran personas fusiladas, y de risueños romances a tres

Publicado: 08/04/2020 ·
11:54
· Actualizado: 08/04/2020 · 11:54
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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En aquel concierto de Aute en 1978 en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid había un público de chicas con vaqueros y el pelo rizado, una escenografía de mecheros encendidos bajo el cielo oscuro de Madrid, olor a juventud enamorada o no, y el olvido por unas horas de los libros –‘Curso de Redacción Periodística’, por el profesor Martínez Albertos- y de los exámenes, mientras las canciones de Aute se expandían por la atmósfera de la Transición y cada minuto era como una señal de que empezaba la vida. Junto a Aute bailaba sosegadamente sobre el escenario una morena con la camisa roja anudada a la altura del ombligo y una minifalda negra, una joven maravillosa llena de música. Aute, como ha dicho Ana Belén, “en el escenario se empleaba con la facilidad del que está rodeado de amigos, cómplices, en el rincón preferido de su casa”. Aute seductor y con su cultivada y tal vez falsa imagen de hombre envuelto en tristeza, con la melena negra y la barba, siempre en busca de la mujer imposible: “Por más que nos pille el estúpido de tu marido, quiero bailar un slow wit you tonight”.

Aute, poco después de morir Franco, hablaba en sus canciones de amores que en realidad eran personas fusiladas, y de risueños romances a tres: “Una de dos, o me quedo a esta mujer, o entre los tres nos arreglamos, si puede ser”. Cristina Rosenvige ha afirmado que Aute fue el caballero fundador de la orden de la melancolía, título que, en todo caso, debiera de compartir con José Luis Garci, que en aquella época daba vida al detective Germán Areta, El Crack, ese expolicía con el alma hecha cristales de desamor y el rostro imperturbable. En el Paraninfo soplaba aquella noche un viento de primavera con el invierno aún dentro (Umbral), el reloj detenido en la música, aunque Aute cantara ‘Las cuatro y diez’, y chicos y chicas que se miraban con una complicidad carnal y dulce, “ay de ti, ay de mi”, pero allí cantaba Aute y todo era, efectivamente, melancolía, aunque la vida estuviera empezando, aunque sólo hubiera futuro. Y ahora Aute acaba de morir, cuando, como ha escrito el periodista Juan Antonio Tirado, “morirse es cada vez más irrelevante”, tiempo del virus asesino, Aute muerto en la época de los ataúdes anónimos y solos en la morgue.

“Si te dijera amor mío, que temo a la madrugada”.   

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