El ojo de la aguja

Las hojas secas

Comienza el otoño a dar sus primeros pasos, un mar de conjeturas sobre cuáles podrán ser sus efectos, presiones políticas, sociales, alguna que otra gota fría

Publicado: 24/09/2018 ·
10:58
· Actualizado: 24/09/2018 · 13:18
Autor

Juan Bautista Mojarro

Mojarro es un veterano articulista onubense, escritor y poeta. Ha trabajado y colaborado con casi todos los diarios onubenses

El ojo de la aguja

Un viaje por el pasado de Huelva, sus barrios, sus personajes ilustres y anécdotas, además de sus reflexiones sobre el devenir de la sociedad

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Comienza el otoño a dar sus primeros pasos, un mar de conjeturas sobre cuáles podrán ser sus efectos, presiones políticas, sociales, alguna que otra gota fría. Lluvias torrenciales por arriba y en Levante. En Andalucía existe una generalizada norma de conducta social que, sin lugar a dudas, mantiene vigente cierta credibilidad por lo que podía acontecer en cuanto al tiempo, que tal vez influyera en comportamientos y actitudes como fórmulas para no perder la costumbre de vida, como bien apuntar en su día el maestro de maestros del periodismo, César González Ruano.

Las blusas de mangas cortas limitan su uso. Hace fresco, un cierto vientecillo de arriba, porque no es lo mismo subir que bajar, se nos viene desde el Conquero, hacia abajo y se pasea por la Isla Chica hasta topar por las marismas del Tinto. Ya no huele a celulosa, pero también los árboles  de la renovada floresta de la ciudad comienzan a soltar hojas. Hojas secas del otoño con un vaivén amarillo de desesperanza, crujientes en sus chasquidos al ser pisadas por el viandante en volátiles  permutas, buscando los huecos y recovecos. Un más amarillo que verde delata su desprendimiento de las ramas de árbol en su cada vez más pronunciada desnudez.

Hay una amalgama de brisa, vientecillo que nos pone por delante en vivo un cuadro otoñal del autodidacta pintor Paul Cézanne, maestro de la naturaleza muerta. Todo se traduce en ejercicio de amarillo que pone contrapunto en el blanco y añil de Huelva.

 Presencia de los barredores, son ahora cuando trabajan más en todo el año, porque la caída de la hoja es comida a parte. Es como un rito natural y obligado al que tienen que asistir con sus labores todos los años, y para los que, presumiblemente se hallan preparados.

Los árboles van dejando a toda visión sus desnudeces. Hiere la sensibilidad del ánimo el efecto de tanta naturaleza muerta. Aparece el barredor, los hay que pueden pensar que es otro, el de otra calle adyacente porque aparece con más frecuencia, sin embargo, es el mismo de siempre, porque la ‘cosa’ no da para más, de tal manera profesional que para ellos parece que no corre el tiempo ni tampoco hallarse sujetos a horarios.

Una pareja y su hijo protestan calle San Marcos abajo por las pisadas antirrespiratorias de las muchas cagadas de los caninos en ambas aceras. Y es que esta calle tiene tomate. El viento se convierte en un gran colaborador para que al barredor no le falte trabajo, continúa haciendo de las suyas, mandando las más escuálidas y débiles lejos de su alcance.

Presencia de la lluvia, como canto de esperanza, el cielo se embriaga de gris, ofreciendo su ceniciento ofrecimiento de agua, mientras que el barredor sigue con su tarea, recogiendo hojas, quizás para su crematorio, o tal vez para conjuros de abonos, cubriéndose con el capote en su honesta profesión, tarareando una vieja cancioncilla para provocar la lluvia.

 

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