La escritura perpetua

Quini

Enrique Castro Quini llevaba toda su vida luchando contra la muerte. Que lo persiguió siempre. En todas sus versiones

Publicado: 12/03/2018 ·
13:42
· Actualizado: 12/03/2018 · 13:42
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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Enrique Castro Quini llevaba toda su vida luchando contra la muerte. Que lo persiguió siempre. En todas sus versiones. El miedo al tiro en la nuca durante los 25 días en los que permaneció secuestrado por un grupo de delincuentes comunes; las dos complicadas intervenciones quirúrgicas a las que tuvo que someterse para superar un cáncer de garganta; el terrible dolor por el fallecimiento, ahogado en el mar cuando intentaba salvar a dos niños, de su hermano Jesús, que fue portero del Sporting. Quini fue un héroe herido. 

Decía Quini: “Lo difícil es conseguir goles de cabeza”. Y recordaba dos tantos impresionantes que marcó y de los que en su día la prensa habló poco. Uno, de volea, sensacional, al Rayo Vallecano. Otro, al Zaragoza, de cabeza, con un movimiento armónico del cuello y el cuerpo en un difícil balón que llegó de costado y a pocos centímetros de altura. Quini siempre distinguió entre un ‘golpeador de cabeza’ y un ‘rematador de cabeza’. Fue el último gran rematador de cabeza, junto a Santillana, del fútbol español. 

Quini ganó cinco veces el trofeo Pichichi en Primera y dos en Segunda, con las camisetas del Sporting y del Barcelona, pero los principales regates se los había dado a la muerte, ya está dicho. Los secuestradores amenazaron a su familia con enviarles un dedo de Quini como prueba de que lo tenían retenido. Cuando convalecía en un hospital de Barcelona de una de las operaciones contra el cáncer, contó que observaba desde una de las ventanas despegar a los aviones y se preguntaba si algún día volvería a ver Gijón. El cuerpo sin vida de su hermano, Castro, con el que compartió equipos y la pasión por el fútbol, permaneció más de cuatro horas sobre la arena de la playa, y los agentes de la Guardia Civil simulaban mientras llegaba el juez que estaba dormido para que la angustia no rompiera entre el resto de la gente.

El cariño general hacia él constituyó el antídoto a la desgracia que la vida inyectó en Quini. Enrique Castro murió el pasado miércoles de un infarto de miocardio. Pero en el fútbol, siempre quedará la escuela de Quini. Y en la vida, el recuerdo de una persona ejemplar. De un resistente: mientras pudo aguantar, mientras tuvo fuerzas.

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