Luis Rubiales es un tipo capaz de eructar ante un cuadro de El Greco. Indigna su falta de ética, pero asusta la estética que cultiva. A principios de los 70, José María García, en aquel ‘Hora 25’ recién creado por Manuel Martín Ferrand, criticaba que José Luis Pérez Payá, el entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), un mediocre exjugador del Atlético, hacía que un conserje perfumara el ascensor de la sede federativa antes de que entrara en él. Llegó luego Pablo Porta, al que García llamaba “Pablo, Pablito, Pablete”, ironía por los persistentes desmanes de aquel presidente federativo. Y posteriormente vino José Luis Roca, apodado por García como “Pedrusquito”. García fue condenado en 1990, en una sentencia peculiar, a varios años de cárcel por sus críticas a Roca. La resolución judicial sostenía que las denuncias formuladas por el periodista eran ciertas, pero lo condenaban por “las formas”. El Gobierno de Felipe González evitó la entrada del comunicador en prisión mediante un indulto, que García se negó siempre a solicitar. Y Ángel María Villar salió directamente de la sede federativa en una furgoneta celular, detenido por la Policía, después de 29 años en el cargo. Llegó Rubiales.
A principios de los 70, el dictador firmaba aún sentencias de muerte desde un oscuro despacho de El Pardo “sin que le temblara el pulso”, según cronistas de la época. Y a España llegó la Transición, la consolidación de la democracia, y ahora hay una vicepresidenta comunista en el Gobierno. Pero la RFEF no ha evolucionado, continúa casi idéntica en el fondo y en la forma a aquel tiempo remoto del NODO, parece aún regida por el Fuero de los Españoles que los niños estudiaban en la asignatura de Formación del Espíritu Nacional (FEIN). Porque Rubiales es un tipo con un exceso de testosterona achampanada, que debe resultar decididamente grosero en las discusiones en la intimidad de su despacho, pero que se desató de una manera de desaforada violencia gestual la noche agosteña en la que la Selección Española femenina ganó el Mundial. Rubiales no sólo besó a Jennifer Hermoso en la boca, sino que la agarró del cuello, como hacen los machos, los tíos, no tanto mariquita como hay por ahí (pensaría), porque él manda, tiene poder, éxito, es un triunfador, y reparte dinero al que quiere, al que le da la gana. Repulsivo. Rubiales no se hace perfumar el ascensor, que se sepa, pero seguramente se acomoda el escroto cuando el ascensor de la RFEF empieza a subir.
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