Don Juan Carlos vive en el número siete de la calle Melancolía, como ubicado en esa nostalgia de voz rasgada de la canción de Joaquín Sabina. El Borbón ya no borbonea. Juan Carlos I es repudiado en España, país sin memoria como los viejos y obsesionado por la novedad mediocre y tal vez mentirosa del próximo tuit como los jóvenes. Al emérito lo desprecian en su país y le tributan homenajes en el extranjero. Don Juan Carlos casi recibió honores de Jefe de Estado cuando asistió hace días en París a la investidura como académico de Vargas Llosa. Cenó en el Elíseo con Emmanuel Macrom. Y recibió el reconocimiento de todos. Laurence Debray, biógrafa del emérito, lo explicó en ‘El País’: “Acabo de hablar con un editor. Y me decía que, para él, el rey es el hombre de la transición democrática sin una gota de sangre, es el hombre de la democracia y fue un gran jefe de Estado, y, por tanto, lo respetamos, el resto es anecdótico. Quizás es esto: en España no se respeta lo bastante al Estado ni al Jefe del Estado”. Don Juan Carlos, sí, sujetó a pulso la Transición para que surgiera una democracia que en principio era fragilísima, sometida a un fuego cruzado criminal desde el radicalismo de derechas, izquierdas y, sobre todo, desde el independentismo visceral (ETA y ETApm), durante unos años de feroz crisis económica en los que cada día que sobrevivía la joven democracia parecía un milagro como sobrevenido porque Dolores Ibárruri ‘Pasionaria’ rezaba el Padrenuestro en latín, que sabía hacerlo, como se ha sabido ahora, en un país que tenía miedo, mucho miedo, entre encapuchados, tricornios y amenazante ruido de sables en los cuarteles, pero Juan Carlos I entendió que el personal lo que quería, con música del grupo onubense Jarcha, era “su pan, su hembra y la fiesta en paz”. Don Juan Carlos, además, desactivó el “sesientencoño” de 1981, que hubiera devuelto al país al saludo marcial al paso de la cabra de la Legión.
El emérito cometió posteriormente terribles errores, desde Corinna a la máquina de contar dinero, quizás se convirtió en “el mayor comisionista de España”, como sostiene Alberto San Juan en la obra ‘El Rey’, pero la Historia (con mayúsculas) recordará sobre todo a Juan Carlos como el artífice de la implantación de la democracia a España en un contexto imposible. Lucio Blázquez, propietario de Casa Lucio, uno de los restaurantes emblemáticos de Madrid, lo ha dicho: “Estoy deseando que Juan Carlos vuelva a comer huevos a mi casa”. Pues eso. Pero toda la labor del Rey en la Transición se ha desvanecido hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas, como poetizó Pablo Neruda.
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