Opiniones de un payaso

Nunca segundas partes fueron buenas

“Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener un resultado diferente”. Esta frase de Albert Einstein fue lo primero que se me vino a la...

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“Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener un resultado diferente”. Esta frase de Albert Einstein fue lo primero que se me vino a la cabeza el pasado domingo, 21 de mayo, tras conocer el desenlace del proceso de primarias del PSOE para la designación de la persona destinada a ocupar y ejercer la secretaría general de la organización durante los próximos cuatro años.
Colocar como principal dirigente del partido a alguien que en poco más de un año perdió no una, sino dos elecciones, y creer que va a poder ganar las siguientes en breve no es demostrar mucha cordura, dicho sea con el debido respeto. Entre otras razones, porque la coyuntura no juega a su favor y una parte importante de la opinión pública es obvio que tampoco. Ahora bien, si, a pesar de ello, un sector mayoritario de la militancia tiene inclinación por el masoquismo o pretende que el PSOE se haga el harakiri, pues que así sea.
A menos, claro, que el recién elegido secretario general haya aprendido más de una lección, después de su accidentada experiencia anterior, y sorprenda –en particular a los que nos hemos situado en el escepticismo y dudamos– con una estrategia concreta, realista y fiable sobre cómo llegar al gobierno –con qué otras formaciones políticas pretende aliarse y a qué precio– y con una idea definida de cómo gobernar este país de países tan inveteradamente dado a cierta clase de rebeldías, desmadres y cainismos. Por muy pormenorizado, completo y loable que sea el contenido programático de su proyecto y muy grandilocuente su discurso sobre la recuperación de las esencias de la socialdemocracia.
Y es que el problema de Pedro Sánchez ha sido precisamente ese. El de la indefinición permanente, el de los bandazos a un lado y a otro, que un servidor, como buen militante deseoso de asistir a la sustitución de Rajoy por un presidente socialista, le disculpaba atribuyéndolo a su bisoñez, sobre todo ante las presiones internas y externas inherentes a su cargo como líder de la oposición aspirante a convertirse en inquilino de La Moncloa.
Se me podrá objetar, y con razón, que, como no soy adivino, ni un analista avezado de la realidad política, no estoy en condiciones de vaticinar el futuro. Y es verdad. Pero, aun así, tengo derecho a realizar mis propias predicciones y mucho me temo que no se me antojan muy halagüeñas. Con Sánchez de nuevo como secretario general, y probable candidato a la presidencia del Ejecutivo, es posible que el PSOE mejore los números que consiguió en los últimos comicios de 2016, un reto, por otra parte, nada difícil, teniendo en cuenta lo pobres que dichos números fueron. Y es posible que lo haga a costa de Podemos, con un trasvase de votos pertenecientes a antiguos votantes socialistas dispuestos a reconciliarse con la opción a la que apoyaron siempre. Sin embargo, este hecho, si finalmente se produce, no va a cambiar el equilibrio entre los dos bloques antagónicos de izquierda y derecha actualmente existentes. Todo lo contrario. Va a reforzar el frente que conforman Partido Popular y Ciudadanos y –¡ojalá me equivoque!– va a alejar las posibilidades de que, con las actuales reglas del juego, pueda constituirse a corto y medio plazo un gobierno amparado en una mayoría socialdemócrata y progresista.
Como reza el viejo proverbio cervantino, nunca segundas partes fueron buenas. O casi nunca. Y en el caso que nos ocupa puede que ocurra ídem de lo mismo.

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