La Taberna de los Sabios

Villalón, el poeta de los toros de ojos verdes

Pasan los tiempos, pero nos queda, para siempre, el toro sagrado que nadie supo cantar como él.

Publicado: 11/12/2019 ·
09:23
· Actualizado: 11/12/2019 · 09:23
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Hoy, que nadie canta ni glosa al toro bravo; hoy, que parece que queremos olvidar los lazos sagrados que nos unen al toro salvaje, merece la pena leer el libro “Fernando Villalón, centauro de pena” (Almuzara), de Eduardo J. Pastor, para adentrarnos en la vida, obra y circunstancias del gran poeta Fernando Villalón, que cantó como nadie al garrochista y al torero, a las marisma y al toro bravo, a los paisajes y a los campos de Andalucía la Baja.

Y más allá del costumbrismo culto, Villalón supo ver al animal mítico, atlante, tartesio, adorado por nuestros ancestros. Desde la más remota prehistoria, la humanidad reverenció al toro, como podemos comprobar con las cabezas de uro en el santuario neandertal de Pinilla del Valle o en multitud de pinturas rupestres o minoicas, por citar tan sólo algunos casos de arte consagrado al toro. Hoy, que la Fiesta está en cuestión, debemos recordar el componente mitológico que siempre lo acompañó. Somos de la tribu del toro y nunca dejaremos de reverenciarlo. Las liturgias evolucionarán, se modificarán – como ha ocurrido a la largo de la historia -, pero, de una u otra manera seguiremos venerándolo. Villalón, por méritos propios, será uno de sus sacerdotes.

Ocurrente, ingenioso, bromista, culto y excéntrico, nunca encajó en el canon social al que pertenecía. Sus afirmaciones eran consideradas como simples ocurrencias bajo el conmiserativo “Las cosas de Fernando”. Teósofo – coincidió con Roso de Luna – y mago gris, se empeñó en descubrir a las ninfas y nereidas del viejo Guadalquivir, a cuyas orillas se compró un cortijo.“¡Yslas del Guadalquivir!/ ¡Dónde se fueron los moros/ que no se quisieron ir!”. Hombre de gran sensibilidad, se sintió siempre heredero de los atlantes y tartesios que habitaron, miles de años atrás, sobre el suelo de la Baja Andalucía.“Gaviotas posadas/sobre tapices verdes…/Pedazos que la Atlántida/ se dejó sobre el Mar”, escribió en su hermoso poema de Los Puertos.

Pero, sobre todo, Fernando Villalón fue poeta, un gran poeta. Publicó su obra poética con más de cuarenta años, mantuvo una intensa actividad en revista poéticas. Participó en algunos de los festejos paralelos a los que realizaron en el Ateneo de Sevilla en el célebre homenaje a Góngora que bautizaría a la trascendente Generación del 27. Sus tres libros de poemas, “Andalucía la Baja” (1927), “La Toriada” (1928) y “Romances del Ochocientos” (1929) lo consagran como un gran poeta, digno de figurar con nombre propio entre los de la generación del 27

Hijo de los condes de Miraflores de los Ángeles, rico de cuna, su leyenda afirma que se arruinó al tratar de conseguir toros con ojos verdes, émulos de la mítica vacada que el rey tartésico Gerión hiciera pastar en las marismas del Guadalquivir. Quería toros de verdad, de los del XIX, que aterrorizaran a los toreros. Pero su sueño no pudo ser. Joselito el Gallo y Juan Belmonte, protagonistas indiscutibles de la edad dorada del toreo, no se lo permitieron. Deseaban toros nobles, que repitieran sin cabeceo, al gusto de su toreo y de los públicos que, enfervorecidos, llenaban las plazas de toda España. Fracasó como ganadero y como empresario. Arruinado y enfermo se tuvo que marchar a Madrid donde murió sin otra compañía que la de su fiel Conchita.

Su figura, desde entonces, ha ido creciendo, tanto como poeta como mito. Su obra figura en las antologías más reputadas y sus versos nos estremecen por su clarividencia y hondura. Pasan los tiempos, pero nos queda, para siempre, el toro sagrado que nadie supo cantar como él.

 

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