El sexo de los libros

Arthur Rimbaud. 'Cartas del vidente'

Llegará el momento en que su poesía la escribirá en prosa (¿no es el destino de toda poesía verdadera abandonar la artificiosidad del verso?)

Publicado: 19/08/2019 ·
19:59
· Actualizado: 19/08/2019 · 20:03
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  • Arthur Rimbaud
Autor

Carlos Manuel López

Carlos Manuel López Ramos es escritor y crítico literario. Consejero Asesor de la Fundación Caballero Bonald

El sexo de los libros

El blog 'El sexo de los libros' está dedicado a la literatura desde un punto de vista esencialmente filosófico e ideológico

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En relación con Baudelaire, Verlaine y Mallarmé, Arthur Rimbaud (1854-1891) es el que más se adentra —incluso con violencia— en las  latitudes de lo absoluto (incluso en plan de broma); o sea, que durante su carrera como poeta nunca renunciará a la exaltada rebelión de sus orígenes. La Comuna de París —si es que ciertamente participó en ella, lo que no está nada claro—, la exaltación de la aventura, las fugas de su casa y el vagabundeo, las drogas, el asunto Verlaine; es decir, “cambiar la vida”, hasta que “el poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”. Rimbaud es autor de formulaciones moderno-poéticas de gran éxito, como Je est un autre y el resto.  

Llegará el momento en que su poesía la escribirá en prosa (¿no es el destino de toda poesía verdadera abandonar la artificiosidad del verso?), oscureciéndose y haciéndose más hermética en Les Illuminations (compuesta entre 1872-75 y publicación póstuma en 1885) y Une saison en enfer (aparecida en Bruselas en 1873). Un hermetismo hecho de monstruosidad y extraña elocuencia que provoca el surgimiento de un nuevo lenguaje poético cuya interpretación más exacta, como dijo Todorov, equivalía al silencio. La pregunta es: ¿qué poesía podía hacerse después de aquella alquimia diabólica? Y también: ¿cómo asumir esa fantástica transformación y desarrollarla? ¿Se ha logrado realizar lo segundo? Sí, se ha logrado; en contadísimas ocasiones desde entonces.  

De 1871 son las dos cartas sobre la videncia (Lettres du voyant). El ideal será lo desconocido, lo invisible para un yo ilusorio accionado por enigmáticas  potencias anteriores a la construcción de la subjetividad y obstinado en una insurrección contra todo lo que existe.   

El poeta vidente (todo un profesional) vivirá en la marginación, criminalizado y maldito, sabiendo que sus deseos son irrealizables pero sus pasiones incontenibles, presa de una efusión satánica negadora del acervo cristiano. En Las Iluminaciones hay fragmentos que recuerdan la barahúnda de un aquelarre: “¡Oh el más violento Paraíso de la mueca rabiosa! Sin comparación con vuestros Faquires y demás bufonerías escénicas. En trajes improvisados, con el sabor de un mal sueño, ejecutan endechas, tragedias de malandrines y de semi-dioses espirituales como no lo han sido nunca la historia o las religiones. Chinos, Hotentotes, bohemios, bobos, hienas, Molochs, viejas demencias, demonios siniestros, mezclan los giros populares, maternales, con las actitudes y las ternuras bestiales”.

La vibración física del lenguaje supera con creces un significado que elude la comprensibilidad, que sólo sugiere infinitas posibilidades semánticamente aleatorias, una lengua autosuficiente en su insuficiencia, la “fe en el veneno”, en “el tiempo de los asesinos” y, por último, en el Rimbaud de Abisinia.

 

 

 

  

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