El pregón de Ángel Luis Rodríguez Aguilocho va a ser recordado por muchas cosas. El suyo no fue un pregón “para leer”, que es eso que se suele decir a las puertas de Villamarta cuando no se encuentran palabras más adecuadas ni amables. Y no fue un pregón para leer sencillamente porque quedó grabado en el corazón de quienes lo escucharon conforme fueron pasando los folios. El pregón de 2019 no hará falta leerlo. Se vivió y se disfrutó a cada segundo.
Del pregón se recordarán la sinceridad del pregonero -que se mostró ante el atril tal cual es- o la sencillez de un verbo que prescindió de artificiosas florituras. También la mesura en el tiempo o la utilización de la música como complemento y no como muleta sobre la que descargar el peso de la faena. A todo ello deben sumarse las generosas dosis de gracejo y vivencias que salpicaron buena parte de la exaltación, una lectura reposada y un concepto del amor a la tierra propia que quizá sólo alcancen aquellos que han pasado por el trance de vivir alejados de ella. Jerez abrió y cerró el pregón. Ni siquiera la Semana Santa.
Rodríguez Aguilocho se puso ante el atril a las 12.25 del mediodía y recibió el último aplauso cuando restaban cinco minutos para completar las dos horas de oratoria. Inició el pregón con un canto a la ciudad que le vio nacer, a su calendario anual, a sus fiestas y a sus ciclos. Terminó el romance en el centro del escenario y sin papeles. Ya en ese momento se había ganado al público que llenaba por completo el teatro en otro mediodía de Domingo de Pasión de “no hay billetes”.
Definió a la Semana Santa como “la fiesta de las personas”, en la que tan importante es el nazareno, el acólito o el capataz como quienes visten “delantal blanco” para hacer algodón dulce. Y evocó poco después su Primera Comunión ante el Señor de la Cena para confesar a continuación que nunca cumplió la promesa infantil de ser su costalero. Ahí tuvo ocasión de relatar varias anécdotas relacionadas con el mundo de la gente de abajo que provocaron la sonrisa de la concurrencia.
Al pregonero le gusta todo lo que huela a Jerez y por eso dijo que algunos de sus conocidos se refieren a él como “el jerezanito perfecto”. Llegados a este punto -y tras recordar que es el socio número 43 del Xerez CD- admitió una “pequeña falta” para alcanzar el supuesto “canon del jerezano perfecto”. Y esa deuda no es otra que la que mantiene con el Cristo de la Expiración, al que apenas ha podido paladear en la calle al ser cofrade de la Hermandad de la Soledad desde su nacimiento. Acompañado por la guitarra del Lupi, le pidió al Cristo de San Telmo que le explicara cómo es el Viernes Santo por el Campillo, no sin antes recordar que su corazón “aún espera la ocasión” de enamorarse de él.
Rodríguez Aguilocho lleva años escribiendo una serie de minicuentos de Navidad, con notable acogida. Esa particular forma de narrar tuvo también un hueco en el pregón, dedicándole uno de sus minicuentos al Cristo de la Defensión, al que definió como “el amigo al que le gusta pasar desapercibido”. Inmediatamente después volvió a provocar la carcajada del teatro cuando -a modo de quien acude a un grupo de autoayuda- admitió que a él le gusta la Madrugada de Jerez.
Pero ese tono se quebró cuando llegó el momento de evocar una amarga noche como costalero del Señor de la Vía Crucis, cuando a través del respiradero pudo ver las luces de una ambulancia en la que era trasladado el cuerpo ya sin vida de su amigo Nono Merino, al que el Santo Crucifijo de la Salud quiso llevarse vestido de nazareno de ruán negro. El tiempo quiso que el pregonero terminara un día vistiendo ese mismo hábito, lo que ahora le permite disfrutar desde el interior de San Miguel de la salida de la cofradía. Rodríguez Aguilocho aprovechó la ocasión para hacer un alegato en defensa de vestir la túnica, “una de las pocas cosas de la vida que realmente merecen la pena”.
El pregonero había prometido no mantener un hilo argumental. Así que tras ese repaso por la Madrugada del Viernes Santo se imaginó llevando de la mano por Jerez a alguien que hiciera ya mucho tiempo que no tiene ocasión de vivir la Semana Mayor. Con un “cójame del brazo abuelo” hizo un recorrido por las nuevas hermandades y las barriadas y urbanizaciones de una ciudad que decidió crecer a lo ancho en tiempos de expansión urbanística.
Luego hablaría del Domingo de Ramos, ese día en el que se estrenaban cosas y sensaciones. Destacó el trabajo que durante todo el año lleva a cabo la Hermandad del Perdón y se centró finalmente en la Virgen de la Estrella, de cuyo paso de palio es costalero desde hace ya muchos años. “Un día me crucé con la Estrella y no sé decir exactamente qué es lo que me pasó”, confesó. Tras definir a la dolorosa de Sebastián Santos como “la niña más guapa del patio de San José” se dirigió a monseñor Mazuelos para implorar su coronación de un modo que provocó incluso la sonrisa del prelado.
La Semana Santa o el Rocío terminan atrapando a gente sin credo alguno. Es lo que le ocurría a un amigo con quien compartía casa en la aldea almonteña y que año tras año se hacía más de doscientos kilómetros para reencontrarse con el Prendimiento. Rodríguez Aguilocho hilvanó en ese momento un precioso romance dedicado a quienes “crecieron cantando hosannas”, perdieron esa “fe sencilla” pero son incapaces de resistirse ante determinadas imágenes. Lo hizo con el piano de Jerónimo Sánchez Llamas intepretando de fondo los sones de la saeta de Serrat.
De ese piano saldrían poco después las notas de Soledad de Madre, acompañando unos emotivos versos del pregonero dedicados a la que sin duda es su gran devoción. Fue el momento en el que Rodríguez Aguilocho abrió su corazón de par en par, evocando la soledad que vivió cuando tuvo que abandonar su tierra por motivos laborales. Era el final que todo el mundo estaba esperando. Pero el de ayer era un pregón anárquico del que cabía esperar cualquier cosa, así que hubo una última y quizá inesperada chicotá. Una chicotá que, como la primera, estuvo dedicada a Jerez. La tierra a la que el pregonero tanto echó de menos cuando debió marcharse fuera de ella.
Los detalles del Pregón de 2019
El Pregón de la Semana Santa de Jerez de 2019 ofreció múltiples detalles. La presentación corrió a cargo del sobrino del pregonero, Carlos Galera, comedido en el tiempo y muy en sintonía con la distendida oratoria posterior. Provocó alguna que otra sonrisa en el auditorio y contribuyó a allanar el camino al pregonero.
La Banda de Música del Nazareno de Rota interpretó tres marchas procesionales: Estrella lasaliana, de Andrés Muñoz; Cristo de la Defensión, de Abel Moreno; y Soledad de Madre, de Jerónimo Sánchez Llamas. A lo largo del pregón fue destacada la participación al piano del propio Sánchez Llamas. También sonó la guitarra de Lupi.
Sobre el escenario ocuparon lugar destacado el obispo de Asidonia-Jerez, José Mazuelos; la alcaldesa, Mamen Sánchez; y el presidente del Consejo local de la Unión de Hermandades, Dionisio Díaz. Las entradas para el pregón se habían agotado desde hacía ya más de una semana.
En el auditorio se encontraban muchos compañeros de trabajo y amigos que el pregonero logró granjearse en su paso profesional por Zaragoza o Huelva. A todos ellos les prometió nada más empezar no aburrirles “más de la cuenta”, un reto que a buen seguro superó.
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