Atando Cabos

Víbora en mi seno

La jerarquía eclesiástica sigue olvidando a la madre y al hijo y anda buscando refugio a sus víboras en su ancha jurisdicción

Publicado: 17/10/2018 ·
09:35
· Actualizado: 17/10/2018 · 09:35
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Autor

Remedios Jiménez

Licenciada en Historia, docente jubilada, integrante del Aula Atenea del Ateneo de Jerez y de varios clubes de lectura

Atando Cabos

Una mirada sobre lo que nos pasa día a día, bajo los titulares de la incesante actualidad

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Es muy conocida la leyenda rural de la serpiente que, aprovechándose de la oscuridad, mama del pecho de la madre mientras introduce su escamosa cola en la boca del recién nacido para acallarlo. Según parece,les ocurría a mujeres que vivían en chozas y realizaban esta labor de lactancia por la noche sin luz alguna. Cuando la madre comprobaba que, aun mamando el bebé, no cogía peso, empezaba a sospechar de esta posibilidad, buscaba, ponía trampas y acababa con el pernicioso reptil.

Son propias de la depravación del que daña al inocente: la ruindad, el abuso, el ocultamiento, la alevosía con que usa la oscuridad. Por eso es normal que cuando se descubre, se pida un castigo que esté a la altura. Salvo si la víbora procede de la Iglesia, entonces la Gran Madre le castiga a hacer ejercicios espirituales y le retira del ejercicio de párroco durante un año. Claro que todo después de que la víctima le escribiera al Papa Francisco y se abriera un procedimiento eclesiástico contra el abusador. Si no, aquí no ha pasado nada. Pero, de hecho, esto es lo que ha debido sentir la víctima, que recibió abusos de un sacerdote hace veintiséis años en un seminario. Después de atreverse a afrontar públicamente la vergüenza que supone admitirlo, ve que la cosa se soluciona con unos ejercicios espirituales.

La víctima de violencia sexual siempre resulta estigmatizada. Según el mito, a los bebés a los que la víbora había sustraído el alimento con engaño, de mayores les salían escamas en la boca. No podían rehacerse de su condición de víctimas. Javier no se resignó,  acudió al obispo de Astorga y al vicario judicial, de los que recibió la siguiente respuesta: ¨Qué más podemos hacer? ¿Ponerle en medio de la plaza de Astorga? ¿Tenemos que lapidarle?¨ Enseguida se les nota que son curas porque sacan lenguaje bíblico: ¿lapidarle? Entre los ejercicios espirituales y la lapidación está el impedirle volver a ser párroco y tratar con chavales, creo que es obvio para todos. ¿Por qué no lo será para la jerarquía eclesiástica? Ahora que si los ejercicios espirituales hacen que un pederasta deje de serlo, ya estamos tardando en aplicarlos en la rehabilitación de delincuentes sexuales.

Sarcasmos aparte, la jerarquía eclesiástica sigue olvidando a la madre y al hijo y anda buscando refugio a sus víboras en su ancha jurisdicción.

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