El sexo de los libros

Cartas de Stalin

Stalin fue un ávido lector a lo largo de toda su vida y logró un alto nivel de instrucción como autodidacta, era gran amante de la música y del teatro...

Publicado: 25/05/2018 ·
11:53
· Actualizado: 25/05/2018 · 11:54
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Autor

Carlos Manuel López

Carlos Manuel López Ramos es escritor y crítico literario. Consejero Asesor de la Fundación Caballero Bonald

El sexo de los libros

El blog 'El sexo de los libros' está dedicado a la literatura desde un punto de vista esencialmente filosófico e ideológico

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Trotsky; es decir, la rata Trotsky, según Lenin, llegó a calificar a Stalin como “la excelente mediocridad de nuestro partido”. Stalin sería lo que fuese, menos un mediocre. Para algunos, un monstruo; para otros, un dios; pero nunca un mediocre. Porque un mediocre no convierte en una gran potencia política, industrial y militar a un país como la URSS partiendo de una situación extraordinariamente precaria; y porque un mediocre no acumula —con mano de hierro, pero también con indiscutible y desusada inteligencia— tal poder omnímodo como hizo Stalin: “hecho de acero” o “el hombre de acero”, que ése es el significado del apodo autoimpuesto con el que pasará a la Historia el georgiano Dzhugashvili, conocido asimismo como “el amigo de los niños” y “el Padre de los pueblos”,  dos de los varios epítetos laudatorios que le adjudicaron sus más fervientes acólitos.

El perfil intelectual y cultural de Stalin empieza a evidenciarse gracias a recientes investigaciones, llevadas a cabo por historiadores nada sospechosos, a propósito de la formación y el pensamiento del estadista soviético. Nada sospechosos debido a su acreditado anticomunismo y  por no  simpatizar lo más mínimo con la figura objeto de estudio; a lo cual hay que añadir el manejo de documentación y registros (públicos y privados) antes inaccesibles por tratarse de materias oficialmente  clasificadas, si bien cabe precisar que este proceso de apertura, de momento, es limitado y aún existen numerosos expedientes por descubrir.

Dos obras sobre el particular deben ser destacadas, la de Robert Service: Stalin. Una biografía, Siglo XXI, Madrid, 2006 y la de Simon Sebag Montefiore: Llamadme Stalin. La historia secreta de un revolucionario, Crítica, Barcelona, 2010. Por supuesto, tanto Service como Montefiore mantienen, en general, la visión políticamente nefasta de Stalin, cuyos orígenes se remontan a las reprobaciones obsesivas y paranoicas de la  camarilla trotskista en su afán desmesurado por desacreditar al líder del Kremlin. Los  ataques histéricos del trotskismo suministraron al bloque conservador occidental instrumentos acusatorios y  de desconfianza en contra de la Unión Soviética, por lo que no faltan razones para afirmar que Trotsky y sus  hordas se convirtieron de facto en aliados,  más o menos involuntarios, de la reacción internacional; incluida, por descontado, la Alemania nazi, como sobradamente demostró Ludo Martens en su libro de 1994 Otra mirada sobre Stalin, publicado en español por Zambon Ediciones/Zambon Verlag, Frankfurt, 2006.

Tanto Service como Montefiore, a pesar de sus inclinaciones ideológicas, han contribuido a desmontar, desde posiciones enemigas, las tesis trotskistas sobre el papel secundario de Stalin antes y durante la Revolución de Octubre y la Guerra Civil, resaltando su contrastada capacidad en cuestiones organizativas y su adiestramiento  en el marxismo teórico, así como su condición de notable periodista y publicista del partido. Stalin fue un ávido lector a lo largo de toda su vida y logró un alto nivel de instrucción como autodidacta, era gran amante de la música y del teatro, y estaba siempre informado y al día de los acontecimientos nacionales y globales. Si no fue un orador brillante, sus discursos eran incisivos, austeros, penetrantes y bien argumentados. Sus libros discurren —a través de un estilo sobrio, claro, sólido y riguroso— en torno a un temario múltiple que va desde la política a la economía pasando por la lingüística. Winston Churchill escribió: “Stalin fue un hombre con erudición y energía no comunes, brutal, áspero, con una inconmovible fuerza de voluntad, implacable tanto en el trabajo como en las conversaciones; inclusive yo, educado en el parlamento inglés, nunca pude contradecirlo en nada. En sus obras se sentía una fuerza colosal. Esta fuerza era tan grande en Stalin que parece que no tiene  igual entre los dirigentes de todos los tiempos y pueblos. (...) Él encontró una  Rusia con arados y la dejó equipada con armas atómicas.”(Carta de W. L. S. Churchill a Nina Andreyeva, fechada en Londres, 1965). 

Es cierto que la metodología social estaliniana —una mezcla parcialmente diabólica de estímulo y opresión— tuvo  numerosas deficiencias y bastantes excesos, pero los planes de transformación y modernización de la URSS ofrecieron una serie de resultados positivos a costa, eso sí, de enormes sacrificios por parte de la ciudadanía y dentro de una dinámica básicamente desequilibrada; aunque no hay que olvidar la difícil y compleja situación de la Unión Soviética como único Estado obrero en un contexto mundial dominado por una mayoría hegemónica de países capitalistas. No hace falta decir que la inteligencia, la astucia y la sagacidad de Stalin sirvieron también a su lado más oscuro, lo que era algo inevitable. En algunas ocasiones se le fue la tranca.   

He aquí unos ejemplos de la escritura de Stalin procedentes de dos cartas políticas de la época en que coincidieron el combate  contra la Oposición de Izquierdas (trotskismo principalmente), la crisis económica del año 27 y un programa de medidas excepcionales en el ámbito del comercio exterior, así como otras de carácter interno que llevarían más tarde a la deskulakización, a la colectivización y a la  industrialización acelerada. En los fragmentos seleccionados descuella la contundencia expresiva, la exactitud léxica, el marcado relieve de las ideas, la exquisita desenvoltura y fuerza sugestiva de las  frases sobre las que eventualmente se desliza una sutil amenaza, o aviso para navegantes, en la línea del mejor realismo socialista:

“El interés del Partido exige que la Oposición, en el momento actual, después de toda la paciencia de que hemos dado muestra, sea definitivamente liquidada. Pero es que también la situación de la política exterior demanda medidas decisivas contra la Oposición. Ya hoy se mantiene en Londres y Washington la opinión de que nuestro gobierno actual está próximo a su caída, que la Oposición va a acceder en breve al timón y que, por tanto, carece de sentido firmar acuerdos con nosotros. La seriedad de la situación económica requiere que demostremos al extranjero que su valoración de la fuerza de la Oposición es completamente equivocada y que los jefes de la misma no son, en realidad, sino generales sin ejército” (Carta de Stalin al Comité Central del Partido Comunista Bolchevique de la URSS, 11 de noviembre de 1927).

“Aquellas personas que sean sorprendidas realizando una tal propaganda [secuaces de la Oposición], oralmente o por escrito, no han de ser tratadas sino como espías, pues de hecho no son sino espías y auxiliares de nuestros enemigos internos y externos. También estoy de acuerdo con que en tales casos el juicio no se vea ante jueces ordinarios, sino por las instancias correspondientes de la GPU [Primero GPU y luego, en 1923, OGPU o Directorio Político Unificado del Estado. Fue la policía secreta de la URSS entre 1922 y 1934]” (Carta de Stalin al Comité Central del Partido Comunista Bolchevique de la URSS. Sin fecha. Período noviembre-diciembre de 1927).

De la misma carta anterior entresacamos el siguiente párrafo: “El aparato del Partido y del Estado ha de ser depurado cuanto antes. No con medias tintas, sino radicalmente. Hay que apartar de esos aparatos a todo aquel sobre el que pese la más ligera sospecha. No es tiempo para escrúpulos humanitarios, y si se llegase a ver implicado alguno que no fuese culpable, realmente sería algo de escasa importancia en comparación con el interés de la gran causa.”

Obsérvese esa prosa cortante como la afilada hoja de una guillotina lista para su uso, la cuidadosa delimitación de las ideas gracias a la esmerada preferencia por un vocabulario llano y común que se recarga semánticamente en virtud del ímpetu conceptual y la pulcritud que se aplican  a la estructura del conjunto expresivo. Limpia, fija y da esplendor.

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