En pleno debate sobre el modelo que debe guiar la continuidad del Teatro Villamarta, la representación este pasado viernes de la obra Cuando deje de llover supone todo un aliento y una referencia. Aliento a la hora de comprobar la respuesta del público ante una obra multipremiada, pero también muy arriesgada; y referencia de cara a posibilitar el reencuentro con espectáculos de primer nivel como éste que vienen a consolidar el prestigio del propio teatro, no sólo de cara al público jerezano, sino al que puede sentir atracción por su programación anual.
Entre las distinciones con que llegaba a Jerez Cuando deje de llover se encontraban sus tres galardones en la pasada edición de los Max -los Goya del teatro español, para que nos entendamos-: mejor espectáculo teatral, mejor dirección escénica y mejor actriz protagonista (Susi Sánchez); pero también han sido premiados por la Unión de Actores cuatro de los actores de su reparto coral, los cuatro nominados a esta edición: Jorge Muriel, Consuelo Trujillo, Susi Sánchez y Felipe Vélez, que este año también fue nominado al Goya al mejor actor de reparto por su extraordinario papel en A cambio de nada -no lo logró aunque lo merecía igualmente-.
No obstante, más allá de los premios, la obra ya contaba con el reconocimiento de la crítica y el público madrileño, que convirtió su representación en una de las más exitosas de la pasada temporada en la capital. Ahora, de gira por España, ha hecho escala en Jerez para hacernos copartícipes de una muy interesante experiencia teatral, en cuanto que exige la implicación continua y directa del espectador, que debe ir reconstruyendo personalmente el desarrollo de una narración con continuos saltos en el tiempo, elipsis, idas y vueltas, y, sobre todo, giros, muchos giros, tanto en el fondo como en la forma, ya que estamos ante un relato circular del mismo modo que sus protagonistas giran en círculos en torno a los objetos o a otros protagonistas en diferentes fases del desarrollo de la trama.
La obra, escrita por el australiano Andrew Bovell en 2008, ha sido traducida por Jorge Muriel, uno de los intérpretes del montaje y líderes de esta peculiar compañía, y cuenta con la dirección de Julián Fuentes Reta. La misma narra una historia que abarca cuatro generaciones de una misma familia y que se mueve entre Londres y una pequeña población australiana desde 1959 a 2039. En esencia estamos ante un drama que extiende sus redes a lo largo de casi un siglo pero a partir de una serie de constantes compartidas por todos sus protagonistas, consecuencias unas de otras, asociadas o no de forma consciente, pero de una poderosa influencia a la hora de interpretar el lenguaje de la culpa, de la soledad, de la libertad personal, de la dependencia, de la identidad de cada uno de los personajes, inmersos en una especie de pesadilla emocional marcada por el ruido de fondo de una persistente lluvia que parece anticipar una condena vital, que no es sólo la de los protagonistas, sino la del mundo en el que viven, por mucho que haya un pequeño de aliento a la esperanza en la escena final del montaje.
Como obra coral, por otro lado, resulta difícil resaltar a unos protagonistas frente a otros, aunque sí se benefician de las aristas con que están construidos los que interpretan Susana Hernández, Susi Sánchez y Felipe Vélez. Sólo cabe esperar ahora que su experiencia conjunta sirva de inspiración o aliento a quienes tienen que hacer posible que el teatro de calidad perviva en Jerez.
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