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“Mi hija era la alegría de mi casa y tú me la has quitado”

Comienza en la sección octava de la Audiencia Provincial el juicio por el crimen de Miriam Tamayo de junio de 2013. El acusado dice que ese día iba \"colocado\" y había tomado drogas, alcohol y tranquilizantes. Los agentes que lo detuvieron lo contradicen:”estaba perfectamente y se mostraba frío\"

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Germán J. G, de 27 años, abandonó ayer la sala de la sección octava de la Audiencia Provincial de la avenida Álvaro Domecq al grito de “perro y asesino” de una persona del entorno de Miriam Tamayo. Ella era su exnovia y  madre de su hijo, el mismo que ahora crían sus abuelos maternos desde que el 12 de junio de 2013 la joven de 21 años muriera víctima de las siete puñaladas que le asestó presuntamente en plena calle poco después de las dos de la tarde.
Los nervios y las emociones estuvieron a flor de piel desde el inicio del juicio contra G. J. G. para quien la Fiscalía pide 18 años por un presunto delito de asesinato y la acusación  20. Sobre todo en la segunda fila del público, donde estaban amigos y familiares de la joven. Llevaban  camisetas con la cara de su amiga pidiendo justicia. También la llevaba su madre, María José, que sacó fuerzas de flaqueza y su primer gesto tras entrar en la sala fue sostener la mirada fija  al presunto homicida de su hija. Necesitaba hacerlo.


Su marido se había derrumbado minutos antes cuando le preguntaron cómo era su hija. María se mostró entera, y al terminar su declaración volvió a mirarlo desafiante. No hubo malas palabras ni malos gestos ni un tono de voz más elevado. “Me has quitado lo más bonito de mi casa”. Después se escuchó un llanto desgarrador cuando se reencontró con su marido fuera. Previamente, había relatado al tribunal que todavía hoy se preguntaba “lo que le impulsó a hacer eso” y se lamentaba por haber perdido a la niña de sus ojos de esa manera tan cruel. “Mi hija era alegría de mi casa. La mejor de todas y él me la ha quitado. Ella era muy especial, y él lo sabe”. Como relató, en casa “lo trataban como un hijo más”, estaba juntos “desde los 14 años” y su hija “nunca tuvo otro novio”. Fue a su madre a la que Miriam pidió autorización para poder ir a verlo a la cárcel donde cumplía una condena por robo con fuerza y detención ilegal. Entró al poco tiempo de conocerse. “Al principio se escribían cartas y luego cuando le di permiso ella iba a verlo todos los fines de semana”, explicó.

“La había perseguido”
Se quedó embarazada y cuando su hijo tenía tres meses Miriam decidió poner fin a la relación. Nunca vivieron juntos porque no tenían medios para hacerlo, los dos estaban en paro. “Lo hizo porque lo veía muy distante y con mucha frialdad”. “Dejó de quererlo”, añadió su padre, pero “él no lo llevaba bien” y así lo demostró enviándole mensajes de WhatsApp desde el móvil de su hermana donde le decía, “puta si no eres para mí, no serás para nadie” o “yo voy a ir a la cárcel pero a ti te voy a ver enterrá”.


Cuando la joven recibió estos mensajes, se lo contó a sus padres. “Estaba asustaílla”, dijo su padre, pero nunca quiso denunciarle porque no quería perjudicarle por sus antecedentes y que tuviera que volver a prisión. Un mes antes de los hechos, el padre de Miriam tuvo que ir apresuradamente con su moto en su ayuda cuando ella le dijo por WhatsApp que Germán le estaba molestando y le había “acorralado”. Como Miriam no quería denunciar, fueron a hablar con los padres de él. “Nos dijeron que su hijo era muy bueno, y era incapaz de matar a una mosca, y mira lo que ha pasao...”. En el fondo, como dijo su madre, su hija “era confiada” y ni por asomo se podrían imaginar el trágico desenlace.  De hecho, tras la ruptura, el acusado seguía entrando a su casa a diario para recoger a su hijo. Eso sí, la madre de la fallecida admitió que él conocía “perfectamente” el trayecto que desde marzo hacía Miriam de su casa a la Escuela de Hostelería adonde hacía un curso y algún día “incluso la persiguió”.


Una versión radicalmente diferente fue la que dio el acusado en un breve testimonio a la sala, en la que en ningún momento dijo estar arrepentido. Solo contestó a las preguntas de su abogado. Ese día  iba “colocado”. La mañana de los hechos había ido a “comprar droga” hasta en dos ocasiones para consumir en un “fumadero” en las antiguas bodegas Croft. Además, se había bebido “cinco o seis litros de cerveza” mezclados con varios tranquilizantes  -su letrado habló de siete  tranquimazin de 0,50 mg-.  Pese a ir en esas supuestas condiciones, fue capaz de cargar con el carro de su hijo hasta una segunda planta cuando lo llevó de vuelta al domicilio de los padres de Miriam. “Estaba perfectamente”, iba “normal”, afirmó la madre de la joven, que lo vio llegar. De haberle visto “mal”, no le hubiera dejado llevarse a su nieto.

Niega que llevara el arma
Después se marchó. Miriam estaba arreglándose, y salió diez minutos más tarde. Ella había estado cocinando para la convivencia de fin de curso en la Escuela de Hostelería a la que nunca llegó. No llevaba ni cubiertos, ni cuchillo alguno. Tenía poco sentido si iban a las instalaciones del Parque Empresarial. “Mi hija no tiene necesidad de llevar armas”, dijo tajante su madre cuando le mostraron el arma homicida. Germán había dicho antes que pertenecía a Miriam.


En ese trayecto, según el acusado, se “encontró” con Miriam a la altura de El Almendral y comenzaron a discutir. Él quería una explicación de por qué lo había dejado pese a que ayer su abogado decía en la vista que su relación era de “amigos con ventaja” .“Estuvimos peleando por los callejones (por Montealto en dirección a la avenida de Lebrija)”, dijo. Llegaron a pasar incluso por la Jefatura del 092, pero la joven nunca pensó que su vida corría peligro, ya que, como dijo su madre, era "confiada".

Una vez en Montealto, las voces fueronj a más. Una vecina que escuchó jaleo le llamó la atención. Él la tranquilizó indicándole que era la madre de su hijo.

Luego cruzaron la carretera. “Ahí me dijo que el niño no era mío, que era de otro porque me había puesto los cuernos”. Forcejearon, y en ese momento  se “cayó la bolsa” (Miriam llevaba una bolsa con un táper con papas aliñadas que había preparado para la comida de fin de curso) se cayó el cuchillo, lo cogí y ya se me vino todo”. No dio más detalles, salvo que colaboró con la Policía. “Dije que había sido yo”, afirmó a la sala tranquilo, asegurando que también les explicó el lugar al que tiró el arma homicida cuando salió huyendo. Luego volvió. Una versión que nada tiene que ver a la que aportaron los agentes, que apuntaron que éste confesó al verse señalado por los testigos, que también sabían donde estaba el cuchillo.


También descartaron que presentara signos de ir “colocado” o de tener abstinencia y tanto a ellos, como a las dos vecinas que lo vieron y dieron el aviso al 092 les llamó la atención su frialdad. “Estaba frío como un témpano de hielo”, señalaron y su desinterés  por la víctima,  observando “como un espectador más” los intentos del facultativo y el enfermero del centro de diálisis junto al que ocurrió el suceso por salvar a la joven. “Hemos discutido y le he metido”, les llegó a decir a los policías. Ya en la Comisaría  “lo único” que preguntó era “si le podíamos traer un bocadillo”.
La estrategia de la defensa, bastante cuestionada a raíz de los testimonios de la Policía, pasa por demostrar que el caso ha de considerarse homicidio porque Miriam “se pudo defender” y su cliente no estaba en condiciones por el efecto de las drogas y el alcohol. No hubo, a su juicio, ni alevosía ni enseñamiento para hablar de asesinato.  

Las vecinas también desmontaron bastante el planteamiento de la defensa cuando explicaron que a las dos de la tarde cuando los dos jóvenes pasaron por la calle peatonal de Montealto antes de cruzar "no había abslutamente nadie" y aunque Miriam hubiera pedido ayuda "no le podrían haber ayudado" sin contar con las "pocas salidas" que tenía la zona en la que discurrieron los hechos antes de cruzar. 

 

 

Hoy martes declara el personal del centro de diálisis que practicó los primeros auxilios a Miriam y los forenses. 

 

Las vecinas que se temieron lo peor

La vecina de Montealto que riñó al acusado explicó que fue su hija la que le alertó.  “Me dijo que se escuchaba a una chica llorar. Solo repetía “por favor, no me hagas daño. El niño, el niño”. Salieron al jardín y le dijeron que iban a llamar a la Policía. Miriam  “no paraba de llorar”, pero “no pidió ayuda”.  Entraron dentro a llamar al 092 y en ese intervalo su exnovio y Miriam cruzaron. Todo se torció. Le vio “darle como manotazos” junto al contenedor. Su hija se quedó en “estado de shock”.

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