En la estupenda biografía de Borges que escribió su colaboradora María Esther Vázquez, encontramos una anécdota atribuida a Fanny Haslam, la abuela inglesa del gran vate ciego. Era esta una dama victoriana que emigró a la Argentina en el s. XIX para casarse con el abuelo paterno de Borges, el coronel Francisco Borges Lafinur, al que sobreviviría muchos años. Ya anciana, cayó enferma. Tras reconocerla, el médico le preguntó si le dolía el estómago, a lo que ella contestó, indignada: “doctor, las inglesas no tenemos estómago...”.
Mala cosa, la de tener estómago. Y más en los tiempos que corren. Yo me pregunto si quienes nos gobiernan - cada vez menos en Sevilla y Madrid y más en Berlín o Bruselas- son conscientes de que detrás de sus grandes decisiones hay personas. Hace algunas semanas le preguntaban a Christine Largarde en una entrevista en El País si no le preocupaban los niños griegos que se iban a quedar sin escuela. Respondía que le preocupan más los niños africanos que no tienen para comer. No me negarán que la respuesta es impecable: pensando así no debe tener ningún problema de conciencia cuando pida en el restaurante carisimo de su carísimo hotel un solomillo poco hecho o un lenguado meniere. El problema es que los niños griegos se quedarán sin escuela gracias a las reformas impuestas por Bruselas y Berlín con la bendición del FMI, y los niños africanos se seguirán muriendo de hambre.
Afortunadamente, en esta democracia secuestrada por mercados en la que nos ha tocado vivir, los ciudadanos, además de estómago, tenemos memoria. Decía Cicerón que “el que sufre tiene memoria”. Que cosa. Estómago y memoria. Explosivo cóctel. Cuanto más vacío el primero, más llena la segunda. Esa memoria prestada que son las hemerotecas , y que con tan mala leche manejamos los periodistas, nos mostraban ayer a nuestro presidente diciendo lo contrario de lo que con tanta vehemencia defendía cuando estaba en la oposición: “subir el IVA es insolidario, además de ineficaz”. Es solo un ejemplo más de la impunidad con la que nos meten la mano en la cartera. Lo hacen amparándose en una mayoría absoluta que ha quedado absolutamente deslegitimada desde el momento en que se demostró como la habían conseguido: con mentiras.
Claro que el panorama en la acera de enfrente es para asustarse. Lo decía hace unos días el líder de los socialistas madrileños, Tomás Gomez: “me preocupa que los ciudadanos, para encontrarnos, tengan que buscarnos en la derecha”. Rubalcaba parece empeñado en hacer una “oposición responsable” que lo aleja cada día más de sus votantes, quienes, sencillamente, no se sienten ni representados ni defendidos.
Todavía faltan tres años. Pero llegará. Llegará. Solo espero que entonces nos funcione esa memoria dolorida de la que hablaba Cicerón. Y que cuando quieran comprarnos con un mal plato de lentejas seamos capaces de decir lo mismo que la abuela inglesa de Borges: “las inglesas, doctor, no tenemos estómago”.
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