El mar, reino de Poseidón, morada de grandes monstruos y temidos piratas, ahora sólo parece estar presente en nuestras vidas esos calurosos días de estío qué rápidamente desaparecen con las primeras brisas del otoño. Días en los que las hordas de la corbata invaden sus orillas, tomando lo que creen erróneamente suyo, invadiendo la rutina de sus mareas y la tranquilidad de sus habitantes. Somos visitantes ajenos a la vida que florece en sus entrañas, usuarios caducos de un mar que nos vió nacer en los albores de la creación, pero que ya no consideramos nuestro hogar.
Hace más de 4.000 millones de años éste fue de hecho nuestro primer hogar, al igual que el de cualquier otro ser vivo de la Tierra. De sus cálidas y bulliciosas aguas surgió la vida en este planeta y a él íntimamente estamos todos, de una u otra forma, vinculados. La vida se ha diversificado hasta límites insospechados desde ese momento, más allá incluso de lo que podamos imaginar en nuestros más fantásticos sueños. El mundo está poblado por increíbles formas de vida adaptadas a las más exigentes y caprichosas condiciones de este planeta.
El estudio de la evolución nos enseña desde pequeñitos que la VIDA con mayúsculas comenzó en los océanos y poco a poco fue emergiendo de él, conquistando el medio terrestre y especializándose gran parte de la vida en éste medio.
Los mamíferos fuimos una de esas formas de vida que se adueñaron de este mundo rocoso. Todos los mamíferos compartimos características que nos unen como grupo: respiramos por pulmones el aire que nos rodea, extrayendo de él el oxigeno vital que necesitamos. Somos capaces de regular la temperatura de nuestro cuerpo, alimentamos a nuestra descendencia con una sustancia única altamente nutritiva qué sólo los mamíferos tenemos el poder de producir, la leche, y protegemos nuestros cuerpos con una estructura también muy característica compuesta de queratina, el pelo. Hemos conquistado cada rincón terrestre de este mundo rugoso: las estepas, los bosques, los desiertos, las montañas, las selvas, los ríos e incluso el cielo!, pero sólo un mamífero se lanzó a la completa reconquista de su hogar primigenio, el océano.
Hace más de 50 millones de años, una criatura terrestre totalmente adaptada a la vida en tierra, más parecida a un lobo que a cualquier otra criatura existente hoy en día, decidió probar suerte cruzando de nuevo esa temida frontera. Ese intrépido ser se considera el ancestro de los que hoy son los reyes y reinas de este mundo sumergido, los cetáceos, delfines y ballenas, únicos mamíferos, junto a los misteriosos y desgraciadamente escasos sirénidos, que han regresado a una vida continua en el océano.
Desde los primeros tímidos y dubitativos pasos de este “lobo” en las cálidas y someras aguas del Mar de Tethys hasta las actuales ballenas y delfines, han pasado millones de años y evolucionado numerosas criaturas, eslabones perdidos y más tarde hallados por emocionados científicos, de uno de los procesos evolutivos más fascinantes del reino animal. Eslabones que muestran y explican cómo se produjo este gigantesco paso, en otra época considerado casi "mágico", de regreso desde la tierra al mar. Pero a pesar de vivir en mundos tan distintos, aquellas características que nos unían siguen intactas: seguimos respirando aire por nuestros pulmones, nos calentamos o enfriamos según necesitemos, alimentamos a nuestras crías de una forma única y seguimos teniendo pelo, bueno, unos más y otros menos.
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