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Notas de un lector

La huella de una herida

Ana Vega Burgos publica “Como la espuma sucia” (Hiperion, 2024), poemario galardonado con el premio internacional “Antonio Machado en Baeza”.

Publicado: 30/12/2024 ·
10:03
· Actualizado: 30/12/2024 · 10:03
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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La transición democrática trajo a España una vida nueva que vivir. No se trataba, entonces, de un proyecto, sino una realidad. Los códigos visuales, pictóricos, literarios… cambiaron de forma significativa y asombrosa: vestuarios atrevidos, lugares de diversión, maquillajes y costumbres plenas de desenfadado fueron ganando terreno como respuesta a tantas décadas de conservadurismo y dictadura. Una candenterevolución sexual, al par del aumento en la ingesta de droga y alcohol, se convirtieronen facetas de un proceso general de experimentación y liberación.

Aquel tiempo sigue vívido en la memoria de quienes fuimos, en buena medida, protagonistas de una época imborrable. Y aún, la poesía, se deja ganar por la acordanza de una adolescencia de espíritu vibrante, de una juventud rebelde y popular. Así lo canta y cuenta Ana Vega Burgos en “Como la espuma sucia” (Hiperion, 2024), poemario galardonado con el premio internacional “Antonio Machado en Baeza”.

He estado muy atento a sus tres anteriores libros y, en ellos, he encontrado un decir intenso, desplegado en el afán de desgranar de manera solidaria los soles y las sombras, las pasiones y los desencantos de lo humano. Y, a su vez, de hacer entender que hay todavía un ayer que no amaina en su latido y que sirve para orientar -ojalá- la lumbre de un presente más esperanzado.

Aquí y ahora, Ana Vega Burgos reordena el bullicio, el peligro, la desobediencia y toda esa emoción que significaba sonreírle al viento, disfrutar de un sol infinito y lanzarse al río del futuro sin temor alguno: “Viajábamos al cielo en un coche amarillo./ Echando chispasíbamos, con fuego en la cabeza/ y la goma en los pies, compacta y negra,/ y la música a tope/ -Los Chichos, Leño, Alaska-/. Raudos pasaban ojos/ labios cabellos pechos expresiones (…) Los vaqueros pegados,/ el sudor que desciende por el cuello/ como lengua minúscula,/ el aliento anhelante,/ centellas en el techo, el cigarillo,/ los labios que se ofrecen,/ los ojos que se apartan…”.

Dividido en tres apartados, “Principio”, “Realidad” y “Consumación”, el volumen se sumerge en la voluntad común de aquellos sueños que empezaban a florecer en el lejano jardín de la ciudad, de sus calles, de sus lunas, de sus madrugadas…, pero que también supieron, por desgracia, de otras experiencias más sombrías, más trágicas: “Éramos los del barrio, ¿recordáis?, y lo fuimos hasta que el polvo blanco nos inundó las venas y los nichos. Solo nos abrazaba la ternura; no llores ahora que nos abrazan tan solo los recuerdos”.

Los poemas avanzan sabiamente ritmados, dichos con palabra precisa y directa, y con un tono de mayor tristura, de implícita desolación. Echar la vista atrás y reconocer que haber crecido es sólita e irredenta experiencia y que en el pozo de la edad todavía flotan la desdicha y su remembranza: “Pasamos sin mirarnos envueltos en este aire/ compartido, y sabemos/ que es cada cicatriz la huella de una herida/ bajo la piel que finge desmemoria/ para que nos se vuelva a abrir la llaga./ Pero la llaga está, sigue abierta y supura./ Tú y yo somos la llaga y el pus y la vergüenza,/ porque nacimos en la calle aquella/ de la que nadie escapa y a la que nadie vuelve”.

En suma, un poemario lleno de autenticidad, claro y reconocible en el sobresaliente quehacer de una poeta que apuesta en cada entrega por un verbo cómplice, acorde y depurado. 

 

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