Notas de un lector

Para cuando tú regreses

La lectura de “Ella ausente” de Eduardo Merino Merchán, acerca en clave lírica, la citada batalla contra la pérdida, la lucha desigual que otorga la muerte

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Sucede, en ocasiones, que es la ausencia la que aviva y urge el amor. Y, aún más, cuando la persona amada deja con su adiós ese dolor incesante, ese agudo duelo que no encuentra alivio. Claro que la escriturasirve como catarsis, como bálsamo eficaz para reencontrarnos y revivirnos con quien ya no está.

La lectura de “Ella ausente” (Mahalta. Col. Avidinos. Ciudad Real. 2024) de Eduardo Merino Merchán, acerca en clave lírica y plena de emoción, la citada batalla contra la pérdida, la lucha desigual que otorga la muerte. Centinela de todo lo más querido, de todo lo vivido junto a su esposa, el poeta madrileño (1956) ha vertebrado una hermoso cántico que recuerda la crudeza de los versos de Ramón de Campoamor: “Que es de cuantos tormentos he sufrido,/ la ausencia el más atroz”. Porque este sujeto lírico que canta y cuenta su soledad, se sabe desamparado y zaherido, ingrávido e infeliz en un territorio que no pareciera ya pertenecerle: “…Es sólo/ que transito por un sendero que no conozco./ Por un tiempo que se halla/ entre el recuerdo y la nostalgia./ Por un tiempo que habita la tristeza”.

Históricamente, la condición mortal del ser humano ha inferido una doliente elocución, una expresión sobre el sentimiento último de la vida que la poesía ha resuelto en el género elegíaco. El mismo con el que Eduardo Merino Merchán ha querido signar esta emocionada memoria que es, a su vez, una honda reflexión sobre la inexorabilidad temporal que nos acecha. Su verso, comprometido y existencial, aúna la dicha pretérita con la impotencia futura: “Tomar el sol del mediodía/ en el centro del patio o en la huerta./ Oír la lluvia cuando la lluvia en el tejado./ Sentir la calma cuando cae la espiga./ Saludar a la noche y al frío/ en el refugio de una chimenea  (…) No podrá ser. Hemos perdido/ la vejez que quisimos compartida”.

La expresividad de su discurso ilumina el itinerario que pretende vivificar la esencialidad de su acontecer, la recuperación de las estancias y paisajes comunes en los que quisiera perdurar y pervivir ajeno a todo aquello que ya sabe efímero. Sabedor de que su mejor consuelo es hacer de la palabra acordanza, muchos de sus poemas aventan el hallar una razón a la sinrazón del abandono, de la partida, y asientan, en buena medida, la sincera realidad que comportala afirmación y el apego a la vida: “Invencibles./ Seremos invencibles. Una mancha/ incluso tan grande no podrá romper nuestro sueños./ Valientes. Seremos valientes./ Serás valiente…”.Mas, al cabo, el yo lírico es consciente de que esa pugna es y será por siempre desigual, y no queda sino rendirse al estupor y a la derrota: “Invencibles pero vencidos”.

En suma, estos cuarenta poemas que abrochan la savia de un idioma compartido, eterno, se resuelven en un bello amatorio, en un himno almado, íntimo, donde el poeta aún reescribe su certidumbre y proclama su Esperanza: “Quiero decirte en este aniversario/ que limpio cada día y cada día/ cuido que todo esté en su sitio/ para cuando tú regreses”.

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