A Ivana Hodovanet, de 24 años y vecina de Ivano Frankivsk, al oeste de Ucrania, como a tantos cientos de miles de ucranianos, la vida se le “paró” la madrugada del 24 de febrero, cuando se despertó “con el sonido de los aviones rusos y las bombas”. Ahora, afortunadamente, puede contarlo. Lo hace desde Jerez, la ciudad en la que desde hace nueve años vive su madre, casada con un jerezano, y sus dos hermanas pequeñas.
Antes de esta maldita fecha, recalca, “dormíamos tranquilos”, pero esa noche lo cambió todo. Le cogió, además, sola en casa. Su marido, Aliaksei Vialichka, bielorruso, estaba en su país por trabajo y su única familia en ese momento, su abuela, reside en un pueblo en la zona de la montaña “muy lejos”. Ivana no se lo pensó dos veces y se fue a casa de una pareja de amigos.
Allí pasó los tres días más largos de su vida, en los que vivían -si a eso se le puede llamar vivir- pendientes de las sirenas para “bajar al búnker”, un zulo en el que apenas había sitio para un colchón de 90, varios cartones y mantas. Allí se ponían a salvo de los bombardeos. Los oían y veían desde la casa, tal y como nos muestra en varios vídeos y fotos de su móvil en las que se observa una columna de humo tras las bombas que las tropas rusas han lanzado a un aeropuerto militar.
Una semana después, cuando escucha el sonido de un avión, casi por inercia tiene ganas de ponerse a salvo. Lo mismo le ocurre con las sirenas. “Aquí también hay aviones, y cuando los escucho me da pánico, y con las sirenas necesito correr”, relata a Viva Jerez.
Esa fue su rutina las 72 horas que pasó en Ucrania tras la estallar la guerra. “Cuando sonaban había mucha gente corriendo para los búnker, no puedes vivir tranquila; preparas comida, limpias algo, y así hasta que vuelven a sonar y te vas al búnker o a un gimnasio que también pusieron para la población con cuatro sitios más, pero para llegar ahí necesitaba correr veinte minutos hasta llegar”, detalla.
En esas circunstancias extremas, lógicamente, señala, llegó a temer por su vida, aunque prefiere no pensarlo demasiado. “Cuando tiran una bomba tú no sabes si va a ir al aeropuerto o a tu casa. En Odesa, Járkov..no solo han tirado bombas a militares, también en casa con gente”, señala.
Tenía claro que tenía que marcharse de allí como fuera y cruzar la frontera para llegar a Polonia y reencontrarse con su marido. Antes, pasó por su casa, para preparar una mochila sobre la marcha. “Tuve muy poco tiempo para hacer la maleta, mi amigo me decía todo el tiempo rápido, rápido, porque la situación era muy extraña y no sabíamos si teníamos minutos para hacerlo”.
Cogió “muchísimos documentos, un pantalón, una botella de agua, y dinero. No sé para qué porque es dinero de Ucrania y no puedo comprar nada ya”, confiesa. Eso sí, Iba muy abrigada, “porque hace mucho frío en la frontera”. Fue este amigo el que la llevó en coche hasta donde pudo. Después tocaba lo peor: ir a pie, a temperaturas gélidas y sola. Horas antes su esposo también había preparado su mochila con la incertidumbre de “si iba a poder verme”. Tal y como cuenta, la situación en Bielorrusia tampoco es fácil.
24 horas tardó Ivana en cruzar la frontera de Ucrania con Polonia a pie, “con muchísimo pánico", y sin nada que llevarse a la boca. “Hay muchas personas, muchos niños, mujeres, estudiantes extranjeros, es todo frontera, no hay supermercados, no tenía agua, no tenía nada...”, explica. Pero lo consiguió.
Ya en Polonia, volvió a reunirse con su marido, y los dos se quedaron en casa de la madre de un amigo en común. Les costó pero encontraron un vuelo de Polonia a Suiza, donde tomaron otro avión a Barcelona, desde donde volaron a Sevilla para después llegar a Jerez. Eso no sucedió hasta el pasado miércoles, hace una semana, cuando al fin pudo abrazar a su madre sin parar de llorar.
Ahora, cuando echa la vista atrás para recordar lo que ha vivido y lo que siguen sufriendo sus compatriotas, le sigue costando creer que todo sea real. “Toda la gente de allí, mis amigos decimos que es como una película, son dos semanas y parece un año. La gente en Ucrania ha puesto su vida en pausa. Es terrible”.
La suya empieza a moverse, y para bien. Pronto se marcharán a Canadá, donde tiene proyectos laborales, aunque Ivana, que es psicóloga y hasta hace dos semanas trabajaba en una inmobiliaria, espera poder regresar a Ucrania algún día. “Me gustaría volver. Allí tengo un trabajo muy bueno, soy joven, necesito vivir”.
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