Celebrar la Nochebuena en familia como en 2019, y no al completo, sino con los comensales habituales en cada uno de los hogares empieza a ser un lujo más allá del bogavante, la langosta o el caviar en las fechas más entrañables del año. El año pasado había toque de queda a la una de la mañana y las reuniones familiares estaban limitadas a las diez personas. Doce meses después la que debería haber sido la Nochebuena de los reencuentros ha saltado por los aires: la escalada de los contagios de la sexta ola y la virulencia de la variante Ómicron han trastornado los planes de medio país, que está confinado en el mismo porcentaje. Muchas familias han tenido que cenar con los suyos por videollamada, como en los tiempos más duros del inicio de la pandemia, y más de un positivo lo ha hecho aislado en su habitación, si vive con sus padres o con su pareja o, en el mejor de los casos, solo en casa. Una estampa que no se dio el pasado año aunque las convocatorias no fueran tan multitudinarias pero sí lo suficientemente grandes para eclosionar en la tercera ola.
Lo que peor lleva Paco, de 25 años, deportista y opositor, es “estar encerrado entre cuatro paredes” y no poder reunirse con los suyos, que están al otro lado de la puerta. Vive con sus padres, que también se han contagiado. Era lo que más le preocupaba de todo, y al final se han cumplido sus peores presagios y el día de Navidad empezaron con síntomas. A falta de que se confirmen sus positivos, ahora lo que quiere es que lo pasen de la manera más leve posible. Aunque están vacunados, son mayores de 60 años. Él no sabe cómo se ha contagiado. De hecho, como cuenta a este periódico, pensaba que era un catarro y que no pasaría de ahí. “Empecé con los síntomas el lunes, con tos, pero como juego al fútbol pensaba que había cogido frío, pero el martes por la noche me empezó a entrar fiebre, y comencé a temblar. Cogí cita en el médico para el miércoles, pero mi padre me consiguió un antígenos y me lo hice: positivo a los dos minutos”.
Al día siguiente fue al ambulatorio y otro test de antígenos lo confirmó. Ha pasado “tres días malos”, pero ya está más recuperado. “Soy asmático y tenía un poco de preocupación también con eso, porque es el Covid, no es un resfriado común”, cuenta más aliviado.
Su pareja, también está en su casa encerrada en una habitación. Ella también vive con sus padres. Desde hace años, la Nochebuena la pasan juntos y con los padres de ambos en casa de ella. Este año se han tenido que conformar con ver a la familia a través de la pantalla del móvil. “Gracias a Dios están las videollamadas. También tenemos amigos confinados, es increíble la de gente que hay confinada, y hablar con ellos te hace la Nochebuena más llevadera”.
Afortunadamente, el gusto y el olfato lo sigue conservando y pudo disfrutar de la bandeja de marisco, lomo en caña, jamón y queso en pijama.
Al contrario que él, María, una funcionaria de 46 años y con dos hijas adolescentes que está confinada en su habitación desde el pasado miércoles, tuvo claro desde el principio que ella se arreglaría y cenaría “como otra Nochebuena”, aunque en solitario.
Desde esa jornada, sus hijas son las que la cuidan y le llevan toda la comida a la puerta de su habitación. Ellas no se han contagiado. “Es como si me trajeran las bandejas con la comida en un hospital”, bromea.
La noche del 24 hizo una excepción y salió de su cuarto y su mascarilla FFP2 sin tocar nada directa a la terraza, que está acristalada y cerrada, para cenar con vistas a la calle. Allí tenía toda su cena que su hermana le dejó en la puerta de casa. Sus hijas le plantaron el mantel de navidad y se lo prepararon todo.
Ellas estaban en el salón y su madre en la terraza hablando con sus padres y sus otras hermanas por videollamadas. “Cené carne, empanada, canapés, un vinito y mis bombones. La familia nos mandó un regalo de Papá Noel. Solo he pasado 24 horas mala con fiebre, luego he estado bien. Me ha dado pena no estar con la familia. Mi hija mayor lo lleva peor porque al ser contactos estrechos está confinada y teníamos previsto irnos hoy (por ayer) a Madrid con otra amiga suya. Al final tiene que estar encerrada en casa”, señala.
En su caso, de momento parece que ha tenido suerte y su madre, con quien estuvo tomando café el día antes de dar positivo, sigue sin síntomas. Eso es lo que más le inquieta ahora mismo, dado que el resto de días los pasa “bien”, haciendo gimnasia a primera hora con otros compañeros del trabajo que se han contagiado y leyendo y viendo series.
También hay núcleos familiares completos confinados. Lo positivo es que van a pasar la cuarentena acompañados. Lo negativo es que ni van a poder salir ni a recibir a nadie de fuera. Beatriz es la mediana de tres hermanos. Ella tiene 25, su hermano mayor 30 y el pequeño 20. Fue este último en una salida nocturna el que se contagió con su grupo de amigos. Todos dieron positivo el jueves. La noche del 24 se arreglaron y lo celebraron lo mejor que pudieron pese al mar cuerpo y la fiebre de la mañana. Lo peor fueron las bajas de la mesa: sus abuelos y sus tíos, con los que hablaron por videollamadas. “Ha sido la primera Nochebuena que mis abuelos han pasado solos en su vida y la primera nuestra sin nadie. Te pones a pensar que igual puede ser la última con ellos”, señala Beatriz.
Si todo va bien, su particular Nochebuena será el 6 de enero.
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