Hace poco mi admirado amigo Francisco Capacete, abogado especializado en derecho animal, publicó ‘Yo, animal’ (Arcopress, 2021), un delicado libro dedicado a poner de manifiesto y ensalzar el alma de los animales, es decir, aquello que los identifica como ‘no-cosas’, como seres vivos sintientes con su propia percepción de la vida.
Vivimos una época de paradojas, por un lado hay una mayor presencia de mascotas y otros animales (aceptando pulpo como animal de compañía) en nuestra vida y por otro, nuestro modo de vida consumista-compulsivo está dando lugar a la sexta gran extinción de especies de la historia natural del planeta.
Como apunta Francisco Capacete, en la prehistoria fuimos capaces de domesticar diferentes especies animales, de una manera hoy perdida porque desde entonces no se ha conseguido con ninguna otra especie. A partir de ese momento se establecieron lazos sutiles y firmes entre el ser humano y perros, gatos, caballos, vacas, ovejas, cabras y otros tantos animales que han llegado a integrarse en nuestra esfera de convivencia y que ha generado en nosotros una responsabilidad, porque ese vínculo da lugar a cierto grado de dependencia.
Los animales de compañía más expresivos, por ejemplo los perros, ocupan un lugar en el corazón de las personas responsables de ellos (prefiero denominarlas así, mejor que la palabra ‘dueño/a’ que cosifica al animal), porque son capaces de expresar conductas y emociones en estado puro que tocan su sensibilidad.
En uno de los años en que Nueva Acrópolis puso hojas de papel con reflexiones filosóficas por las calles de Jaén con motivo del Día Mundial de la Filosofía, escogieron la siguiente frase de Immanuel Kant “Podemos juzgar el corazón de un hombre por su trato a los animales”, que expresa a la perfección los valores morales asociados al vínculo entre ser humano y animales desde el inicio de los tiempos.
¿Cómo tratamos a los animales? Hay dos situaciones extremas que por desgracia abundan: como cosas, con malos tratos, abandono y hasta crueldad, o como seres humanos, sometiendo al animal a costumbres impropias que deforman su carácter y su conducta. En ambos casos hay sufrimiento innecesario.
Nuestra sociedad reacciona y proliferan las asociaciones e iniciativas en defensa de los animales que realizan un formidable trabajo, se promueven legislaciones que garanticen la dignidad y el bienestar animal o se ridiculiza con desdén el comportamiento excesivo, impropio de la naturaleza de las mascotas.
La mejor forma de tratar a un animal es como animal: un ser vivo que siente, con su propia personalidad, su propia dignidad, que aspira a vivir seguir sus características, compartiendo incondicionalmente lo más valioso: su propia experiencia vital.
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