Consejos vendo y para mí no tengo” es el refrán que se debe aplicar a la actitud de la diplomacia americana con ocasión de la fugaz intervención del ministro Ábalos al acercarse en Barajas al avión que -en parada técnica - transportaba hacia Turquía a la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, para explicarle que no podía entrar en el espacio europeo. “Decepcionante y desalentador” han sido las palabras de disgusto hacia el gobierno de una portavoz del Departamento de Estado norteamericano, con ínfulas de establecer normas morales a la vida internacional.
Se puede discutir si el contacto podía haber sido más oficial y no por cercanía personal al ministro de Turismo venezolano, pero el objetivo era que no “pisara” España una persona vetada por la comunidad internacional. Y se cumplió. No se entiende, por tanto, el sectario rasgado de vestiduras de la oposición española y mucho menos de quienes tienen tratos y cumbres con países de similar relación con los derechos humanos que Venezuela, como Arabia Saudita, Corea del Norte, China u otros. Pero con estos se hacen contratos multimillonarios y fotografías sonrientes, a pesar de su naturaleza poco recomendable. A Venezuela, Irán o Cuba, por razones ideológicas, se pretende convertir en Estados parias, con bloqueos y embargos. Es intolerable la hipocresía de un país -con larga historia de intervenciones y golpes- que comete asesinatos de dirigentes extranjeros, provee de armamento altamente mortífero a regímenes dictatoriales y pretende imponer pautas éticas cuando ni siquiera reconoce la jurisdicción de la Corte Penal Internacional para actuar impunemente en el mundo. La derecha española lo calla.
Un referente intelectual, Rawls, entiende la defensa de los derechos humanos como un deber de la poliÌtica exterior de cada Estado, pero comprende la ayuda a determinadas sociedades no liberales sometidas a condiciones no democráticas. España cree que “La promocioÌn y defensa de los derechos humanos constituye una de las prioridades de la poliÌtica exterior del gobierno asíÌ como de su poliÌtica de cooperacioÌn internacional”. Los Estados democráticos -incluida España- rigen su política exterior por principios, aunque teniendo en cuenta sus intereses. El presidente Jimmy Carter, al contrario que Donald Trump, quería el compromiso de Estados Unidos con los derechos humanos como un componente fundamental de su poliÌtica exterior pero sabiendo que “vivimos en un mundo que es imperfecto y que siempre seraÌ imperfecto”. Ése es el dilema.
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