Acento andaluz

El odio y las perlas en campaña

Ya me lo advirtió un veterano periodista días antes de vivir mi primera campaña electoral como plumilla: “No me gustan las elecciones porque los políticos...

Publicado: 06/10/2019 ·
22:38
· Actualizado: 06/10/2019 · 22:38
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Autor

Fernando Pérez Monguió

Presentador de 'Acento Andaluz' en 7 Televisión y jefe de informativos de la Cadena SER Andalucía

Acento andaluz

Fernando Pérez Monguió analiza en este espacio la actualidad andaluza, con fibra progresista y corazón social

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Ya me lo advirtió un veterano periodista días antes de vivir mi primera campaña electoral como plumilla: “No me gustan las elecciones porque los políticos se ponen muy nerviosos”. Transcurridas más de dos décadas, no hay precampaña o campaña en la que no me acuerde de esas palabras llenas de realidad, especialmente cuando les observo haciendo cosas extrañas. Para pedir el voto, muchos se desinhiben hasta extremos ridículos y nos demuestran que saben contar chistes, cantar, bailar o empatizar como si fueran el mejor humorista, artista, relaciones públicas o psicólogo. Buscan el minuto de oro, el zapping más visto, la fotografía más llamativa… todo vale con tal de captar la atención y el plácet del votante.

El programa y las promesas pasan a segundo término. De ahí que persigan proyectar una imagen idílica de sus cualidades humanas y políticas, sin importarle recurrir a impostaciones o exageraciones infinitas. En las campañas, las descalificaciones abundan, las acusaciones gruesas se cruzan en un apocalíptico campo de batalla, los debates se convierten en habitaciones tóxicas llenas de humo, y la mentira se impone a la verdad sin tiempo al contraste.

Con todo, al político o al candidato hay que entenderlo en elecciones, como al futbolista a miles de revoluciones en medio de un partido. Su futuro profesional o personal depende de unas semanas en las que viven en un estado peligroso de sobreexcitación y estrés. Por ello, hay que disculparlos en muchos de sus comportamientos. Son personas como los ciudadanos que pueden elegirlos, con sus mismos miedos e interrogantes sobre su futuro más inmediato.

Todo es perdonable o casi todo. Merecen redimir sus mandobles dialécticos y su actitud impía estas semanas. Merecen que las perlas de campaña sean tan efímeras en nuestra memoria como el escaso tiempo que dedicaron a reflexionar sobre el impacto o el daño de sus palabras. Terminan las elecciones y con el escrutinio pasan a ser historia las ciénagas sobre las que se deslizaron. Sin embargo, en contadas ocasiones, los exabruptos perduran en el tiempo. Superan el paréntesis electoral. No por la gravedad de las acusaciones, improperios o promesas surrealistas, sino porque hacen daño a buena parte de un pueblo. Persisten en el subconsciente los ataques injustos que ahondan en tópicos de tal o cual territorio y sobreviven en las hemerotecas las infamias que abren aún más las heridas no cicatrizadas. Por ejemplo, no podremos olvidar, a buen seguro,tras las elecciones generales del próximo 10 de noviembre, el horror y el odio que encierra la falacia de Ortega Smith sobre Las Trece Rosas. Lamento especialmente el dolor que deben estar sufriendo sus familiares.

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