El futuro hay que plantarlo. En sentido literal, la asociación de voluntariado GEA mantiene desde hace años una línea de trabajo desarrollando pequeñas forestaciones participativas con especies autóctonas en espacios naturales municipales desarbolados o ayudando a otros actores con idéntica tarea, como al Colegio Santa María de los Apóstoles, cuyos estudiantes de Secundaria plantarán encinas y coscojas el próximo martes en el cerro de Santa Catalina.
El futuro hay que plantarlo. Pero no me refiero solo a los brinzales que darán lugar a los bosques del mañana, sino en un sentido más amplio, hay que plantar todo lo que queremos encontrar para nosotros o los que nos sucedan. Hay que definir muy bien qué queremos, por muy utópico que sea el objetivo (los ideales), delimitar igualmente bien dónde nos situamos (conócete a ti mismo) y con esos dos puntos, trazar el camino.
Se atribuye a Martin Luther King la frase “si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”, que proporciona la determinación de saber que siempre puede mejorarse el futuro si se actúa en el presente, que lo correcto no tiene fecha de caducidad.
Jaén, nuestra provincia, no tiene futuro, al menos el que queremos para nuestros hijos. Y ese futuro también hay que plantarlo, sin delegar la responsabilidad en otros. La tierra que nos vio nacer o la que nos acogió llegados a ella, forma parte de esa España Vaciada, cuya esperanza se saquea paulatinamente hasta el borde del desahucio por parte de los incompetentes, los necios, los que gozan de patente de corso y también por nuestra conformidad indolente ante todos ellos.
El próximo día 31 de marzo hay en Madrid una manifestación para hacer visible esa España Vaciada, a la que todos los jiennenses de la provincia deberíamos ir, pero no como un esfuerzo puntual, sino como gesto que marque el inicio de un nuevo tiempo. Un nuevo tiempo que se caracterice, entre otras cuestiones, porque decidimos plantar nosotros nuestro futuro, sin delegar en nadie, sin esperar a nadie.
Hay que hacer un hoyo en el tiempo de nuestra existencia, lo suficientemente grande para que quepan las raíces de nuestro sueño, de nuestro proyecto de vida, cubrirlo con lo mejor de nosotros mismos y regarlo con esperanza. Yo iré a Madrid, pero soy consciente que también debo hacer el trabajo personal de ayudar a plantar nuestro futuro. Es lo que depende de mí.
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