Hay un edificio en Jaén que preocupa, y mucho, a algunos sectores de la sociedad. Se trata del Convento de Santa Úrsula, situado junto a la iglesia parroquial de la Magdalena. Se fundó a mitad del siglo XVI con el título de la Penitencia “para el recogimiento de mujeres de las que andan por el mundo ofendiendo a Dios Nuestro Señor”, tal y como dice su escritura fundacional. Fue así que bajo el obispado de Diego Tavera se instituyó una cofradía para ocuparse de atender a mujeres en un Colegio o Casa de Probación que se edificó junto a dicho convento con los bienes de Alonso de Mires. Sería esta Fundación, según el Catalogo Monumental de la Ciudad de Jaén, el modelo que seguirían después los conventos de Jesús y María, de Alcaudete, el de Santa Ana, en Jaén, y el de la Magdalena, en Baeza. La iglesia del Convento de Santa Úrsula, tras el cierre de dicho convento, se incorporó a la parroquial de la Magdalena y, gracias a ello, tiene una función religiosa y además es visitable. Respecto al resto del convento, aunque se trata, según el Catálogo Monumental, y en su mayor parte, de obra relativamente reciente, conserva no obstante elementos muy anteriores, del siglo XVI. Cuenta con el patio de entrada (compás), y otros, como un patio posterior, con un jardín, en el que también se conservaban columnas y sillares muy antiguos e, incluso, una cava o sala semi-subterránea con bóveda de ladrillo. Creo que este inmueble lleva casi una década cerrado, desde que las Madres Agustinas Recoletas de dicho convento marcharon a otras tierras y este enorme edificio quedó vacío. En él se ubicaban algunas obras singulares que no se si permanecerán en la ciudad. El caso es que el edificio fue digno de ser incluido en el Catálogo Monumental de la ciudad en su momento, está catalogado y es, además, un espacio absolutamente acorde al entorno monumental en el que se encuentra. Ahora se dice que alguien lo ha comprado pero no sabemos cuál será su destino final. Quizá un espacio privado, residencia de alguna familia económicamente pudiente y con buen gusto o, quien sabe si algún uso comercial que haga que sea compatible su uso con la visita por parte de vecinos y visitantes. Personalmente creo que hemos perdido una oportunidad única para que hubiera tenido un uso público dado que, según se comenta en diversos mentideros, su precio era bastante asequible. Solo me queda, a estas alturas, desear estar equivocado y que el destino del convento beneficie tanto a sus propietarios como a la ciudad. Ojalá pueda escribir en el futuro un Campillejo en el que reconozca que mi desazón era injustificada. Sería un placer.
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