José Antonio Vázquez
Ya sólo miramos a través de la pantalla de nuestro teléfono móvil. Así podamos estar asistiendo al mayor espectáculo del mundo, así podamos estar viviendo unos segundos históricos, así podamos estar sintiendo emociones únicas e irrepetibles, ya sólo sabemos mirar a través de la pantalla del móvil.
A todos nos gusta una foto de recuerdo y por qué no, poder ver luego algún vídeo de tal o cual hecho o acontecimiento, sobre todo si no hemos asistido en directo. Pero hemos llegado a un punto, no sé si de no retorno, en el que ya no acudimos para ver, para disfrutar, para aprender o para emocionarnos.
Ya solo vamos a los sitios para poder grabar con nuestro Smartphone. Cuando va a ocurrir algo, enseguida todos sacamos nuestros teléfonos y en vez de mirar la realidad, la observamos a través de nuestro móvil. Si sale un paso de Semana Santa, si pasan los Reyes Magos, si es el penalti decisivo del campeonato más importante, si es el Sí Quiero de tu persona más querida, si tu hijo sopla las velas… lo primero que hacemos es sacar el móvil, y contemplar la vida tras una pantalla. Unos para emitir en directo por Facebook, otros para poder subir una historia a Instagram, otros para poder publicar una foto del famoso “yo estuve allí”.
Y es una costumbre que nos ha llegado a todos. Todos caemos en esa espiral de tener que rellenar nuestras redes sociales como si así fuéramos más importantes. Uno contempla cualquier recinto y solo son pantallas de móvil en alto. Ya no se disfruta con los ojos, ya no se contempla con la vista, sino a través de pantallas.
Ya no recordamos sensaciones de momentos vividos, sino que vivimos para decirles a los demás que estamos viviendo. Hemos cambiado nuestros ojos por nuestras pantallas. Hemos cambiado el contar lo vivido por esperar a que otros lo vean en nuestros perfiles de redes sociales y, a ser posible, tener muchos “me gusta”. Ya apenas disfrutamos del momento, sino que además estamos más pendientes de interactuar con nuestros amigos virtuales que de vivir el presente. Ya los conciertos no se cantan, se graban; ya las procesiones no se esperan y viven, sino que se emiten por Instagram; ya los partidos no se celebran, sino que se van narrando por twitter.
Y así toda una vida a través de las pantallas.
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