Huelva

Juan Bautista: el amor infinito hacia la escritura

Significaba la figura del colaborador de periódico que, como tantas cosas, se está perdiendo

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  • Juan Bautista Mojarro en la presentación de un libro suyo. -

Juan Bautista Mojarro nunca tuvo grandes ambiciones literarias, ni vivió de la escritura, ni persiguió la notoriedad con sus escritos. Juan Bautista amó profundamente escribir. Fue un amor desinteresado, apasionado y deslumbrante. Le gustaba con locura el flamenco, vivía al Recre, y era una parte entrañable de Huelva, pero Juan Bautista lo que realmente amaba era escribir de todo ello. Su pasión por la palabra escrita era comparable a la que sintió Francisco Umbral, pero Juan Bautista la vivió de una manera sencilla, amable, próxima, generosa, sin obsesiones. Cuando lo conocí en la primavera de 1987 en la redacción de ‘Huelva Información’ Juan Bautista me pareció un hombre viejo. Y ahora, Juan Bautista ha muerto joven.

En aquella remota redacción de ‘Huelva Información’ de los 80 flotaba una atmósfera de amistad. Pepe Rómax cantaba óperas y llegó llorando de emoción el día que Pedro Delgado ganó el Tour de Francia. José Luis Camacho Malo, persona inquieta siempre, iba y venía con la publicidad. Fernando Merchán, el director, gritaba desde su despacho: “¡Entregad páginas!” (Merchán ha sido el mejor periodista de los últimos 50 años en Huelva). Y Juan Bautista escribía sus crónicas de deportes junto al ordenador de Paco Gamero, que tenía una pantalla del tamaño de un paquete de tabaco. En el bar de Gerardo, ubicado pared con pared con el periódico, Juan Bautista me dijo una mañana: “He sido finalista del Premio Mariano de Cavia”. Ese galardón, organizado por ABC, era -quizás lo sea aún- el de mayor importancia del periodismo español. Lo habían ganado César González Ruano, Camilo José Cela, Jaime Campmany o Francisco Umbral. Juan Bautista lo dijo con esa sonrisa suya, aferrado a ese bolso de piel que siempre llevaba en la mano derecha, y no mencionó nada más. Entró Pepe Rómax y la conversación giró ya en torno al Recreativo y a Alzugaray, que, ambos sostenían, Martín Berrocal debió vender al Valencia.

Juan Bautista, decíamos, ha escrito sin parar: libros, crónicas de flamenco, artículos sobre Huelva, perfiles de personajes onubenses, entrevistas con futbolistas… Significaba la figura del colaborador de periódico que, como tantas cosas, se está perdiendo. A finales de los 90, a las seis de la mañana, esperaba cada día en la puerta de ‘Odiel Información’ la llegada de la limpiadora para que le abriera y escribir tranquilo, con la redacción vacía. “No quiero despertar a mi familia, porque les molesto con el ruido de las teclas del ordenador”, me explicó.

Juan Bautista era entrañable, amigo, y tenía una inteligencia con una capacidad insospechada para captar lo pequeño. Hace unos dos años leí un artículo suyo en ‘Viva Huelva’. Describía Juan Bautista a un cantaor que en los años 70 se arrancaba al cante en el bar de aquel caserón color blanco que había en la Plaza de La Palmera. Otro hombre acompañaba la copla con un ligero golpeteo con los nudillos sobre la barra de madera del bar. Era un artículo perfecto. Sí, perfecto. En la precisión de las palabras. En la recreación del ambiente. En la emoción contenida. Sensacional. Lo leí varias veces. Y llegué a una conclusión. Juan Bautista estuvo en los 80 a punto de ganar el Mariano de Cavia con su artículo, pero sin duda ese artículo fue el mejor de los que concurrieron en aquella edición, pero el premio, claro, se lo dieron a otro, un articulista y escritor de renombre de Madrid o Barcelona, y no a un hombre sencillo y modesto de Huelva, generoso y trabajador, con amigos en cada esquina, y un amor infinito por la escritura, un hombre, Juan Bautista Mojarro, que ya descansa en el cielo de Isla Chica, arropado por los angelitos buenos de aquella canción de Machín, mientras aquí abajo nos hemos quedado un poco más solos y lo lloramos todos.

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