CinemaScope

'Gambito de dama': La vida en treinta movimientos

La nueva miniserie de Scott Frank debe parte de su mérito a sus dos protagonistas; de un lado, Anya Taylor-Joy, del otro, su minuciosa ambientación

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Dicen que uno de los principales méritos del fútbol, de su enorme popularidad, es su capacidad para condensar la vida en noventa minutos. Del ajedrez podría decirse lo mismo, salvo que en vez de minutos mediríamos la vida en movimientos. Es la base de Gambito de dama, uno de los fenómenos televisivos de la temporada, creada por el siempre interesante Scott Frank -en cine ya lo había demostrado con Caminando entre las tumbas y en televisión con Godless- a partir de una novela de Walter Tevis publicada en 1983.

Su protagonista, Beth Harmon, crece en un horfanato donde desde pequeña desarrolla una prodigiosa habilidad para jugar al ajedrez, convertido en una de sus principales adicciones, aunque no la única, como descubre bien pronto. Desde su primer triunfo en campeonatos locales hasta su participación en las grandes citas internacionales, Beth convierte su propia vida en un tablero, en un reto individual, en un desafío constante marcado por decisiones erróneas e incontrolables -como comprueba definitivamente tras la final de París- que le impiden experimentar en su día a día la plenitud que sucede a la victoria después de una partida.

Es, en este sentido, una serie que abunda en dos aspectos fundamentales de la sociedad contemporánea, el del individualismo y el del culto al miedo sobre el que se sustenta la base ideológica de una nación, que en la América de los años sesenta, en que se ambienta la historia, apunta directamente al miedo al comunismo y a la Unión Soviética. Puede que el subrayado final para fortalecer su tesis resulte demasiado almibarado, aunque tampoco desluce el desarrollo de una narración apoyada en sus dos protagonistas; de un lado, Anya Taylor-Joy, deslumbrante en televisión tras encumbrarse en el cine en películas como La bruja, Múltiple y Emma, y, del otro, la exquisita y minuciosa ambientación, en el uso de los colores, el vestuario, la música y la decoración de cada uno de los escenarios, que dotan de una enorme autenticidad a la propia historia y al momento en el que se desarrolla.

Frank, por su parte, apuesta por un enfoque plenamente cinematográfico, basado en el ritmo, el montaje y la mirada desde la que se aproxima a unos personajes plagados de aristas, para robustecer un relato entre lo emocionante y lo vivido.

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