José Manuel Roás es el padre de Pablo, un joven con el Síndrome de West, una enfermedad rara que afecta al sistema nervioso y que el niño padece en un grado profundo. Un día cualquiera hace 15 años, mientras veraneaba en El Portil junto a su mujer y sus otros cuatro hijos, se llevó a Pablo en silla de ruedas a correr por el carril bici. El joven apenas respondía a los estímulos y encontró entre los pinos de la costa onubense un motivo por el que ser feliz: ser empujado en su silla por su padre. Pablo levantaba los brazos y chillaba mientras su padre corría y le cantaba.
Correr con la silla de ruedas de Pablo es mi privilegio, no un sacrificio. Me doy cuenta de que ser feliz y sufrir no es incompatibleDesde entonces, José Manuel y Pablo son uña y carne. Uno pone las piernas y otro el corazón. Corren maratones juntos, el más conocido el de Nueva York, y su historia ha llegado tan lejos que miles de españoles pidieron su candidatura al Premio Princesa de Asturias por su vida cargada de agallas.
En 2007 hicieron su primera carrera juntos. Fue la Nocturna del Guadalquivir de Sevilla. A partir de ahí quisieron compartir más tiempo subiendo cuestas y bajando pendientes a toda mecha, y se pusieron a hacer maratones. Ya han hecho hasta el de Nueva York. “Desde que me fui a correr con Pablo en El Portil nuestra vida cambió. Gracias a Dios nos llegó un regalo, un milagro. Pablo era feliz compartiendo mi mayor hobby. Correr con él es una sensación de libertad al compartir un momento único. Es la sensación real de que a la vida no se le puede pedir más”, asegura José Manuel Roás en una entrevista concedida a Viva Huelva durante su etapa vacacional en el litoral onubense.
Ambos encontraron en el maratón “un filón”. Hasta hace unos años hacían esos 42 kilómetros en apenas cuatro horas y media. Ahora se alargan hasta las cinco horas, “una mala noticia física pero en cuanto a experiencia es mejor porque a nadie le gusta que se acabe la fiesta”, dice José Manuel, quien añade que “es impresionante la capacidad de Pablo de querer, de perdonar, de ser generoso. En él se encuentra el amor y el perdón en su forma más pura, y eso es lo que nos hace humanos. Por eso no contamos los kilómetros que quedan para llegar a la meta, sino los kilómetros que nos quedan para estar juntos, disfrutando en un sufrimiento que es un maratón”.
Así, cuando padre e hijo van a un maratón no hay quien los pare. “Correr con la silla de ruedas de mi hijo es mi privilegio, no un sacrificio. Me doy cuenta de que ser feliz y sufrir no es incompatible. Pablo te enseña a no huir del sufrimiento. Es mentira ser feliz sin haber llorado, sin sufrir. La vida cobra sentido cuando valoras la risa por cada llanto atrás”, confiesa José Manuel.
Su historia conmovió a España y un movimiento ciudadano llevó las vidas de José Manuel y Pablo a rozar una candidatura al Premio Princesa de Asturias. Sin embargo, “por un premio no cambia la vida de Pablo o la mía. Lo que cambia es lo que puede implicar a mucha gente nuestra historia. Ver que tu hijo cala tanto en otros casos de enfermedades parecidas y en sus familias. Aquí sufrimos como bellacos pero la vida es una y hay que encontrar la felicidad. Si ayudamos a que alguien la consiga, algo haremos bien”, comenta José Manuel.
Porque la vida es “cuestión de valores” y Pablo reúne “la sinceridad y el amor”. José Manuel dejó de lado una oposición cuando le llegó el tema de la parálisis cerebral. Se vio un “cobarde”. Poco después nació Pablo y los médicos le dijeron que jamás andaría. Creía que no iba a saber convivir con esa situación y lo veía imposible. Sin embargo, lo imposible se hizo posible. Sus momentos más felices son con Pablo, “son sublimes”. Y todo el camino se forjó en El Portil, la meta de salida de un bello maratón perpetuo.
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