Como nunca lo intentamos, nos quedamos con la duda de lo que podría haber sido. No sé por qué tanto miedo. No sé por qué nos cuesta tanto arriesgarnos. Saltar al vacío sin saber qué nos espera después, pero creyendo que podemos ganar mucho más de lo que vamos a perder. Que no siempre debe ser ‘ganamos mucho y perdemos muy poco’, no. Quizás perdamos, mucho, poco, nadie lo sabe, pero… ¿y si nuestro atrevimiento hace que ganemos el doble de lo que perdimos? Nunca lo sabrás si te quedas esperando que alguien te dé ese impulso para saltar. Debes ser tú quién se arriesgue, por ti mismo y no por nadie. Porque si no miras tú por ti mismo, nadie mirará. No te lamentes de todo lo que pudo haber sido y no fue. No valdrán de nada las lamentaciones. Que la vida se basa en hacer, en construir, en avanzar. No vale de nada quedarse quieto a esperar. ¿A esperar qué? Tenemos que avanzar, a pasos firmes. Más rápido o más lento, tú eres el encargado de marcarte tu propio ritmo. De saber cómo quieres llegar a la meta. Pero sabiendo que nunca te puedes acomodar. En ningún ámbito, en ningún aspecto. Trata siempre de ser el mejor y si no se puede, trata de superarte a ti mismo, teniendo en cuenta que no tendremos que romper los límites si no nos los ponemos. Los límites no existen, tan solo existes tú y tu capacidad de ser mejor cada día. Así que sueña. Sueña con que detrás de cada intento se esconde una nueva oportunidad en forma de regalo. Y ese regalo tan solo serás capaz de valorarlo tú.
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