Hablillas

Los diminutos

Las ratas y las cucarachas se cuelan en las casas, las allanan, en busca de comida y cobijo hasta que el roción de insecticida y el zapatazo acaban con ellas.

El texto de hoy no es una evocación de los dibujos animados que nacieron para paliar, en cierto modo, la violencia de la serie Dragones y Mazmorras que se plantó en la pantalla tras Bugs Bunny, el Gallo Claudio y Félix el gato, un cambio sorprendente y casi traumático, porque hasta entonces el ruido de una matanza lo hacían los revólveres de los westerns.

Trataban de unos seres que habitaban entre las paredes de las casas, un laberinto enorme y alto donde vivían mil aventuras a escondidas de los humanos, pero sin esconderse de ellos. Los diminutos a que nos referimos son otros, conocidos de toda la vida, temidos y detestados por la repugnancia que producen, acaparadores de la actualidad por el descuido.

Las ratas y las cucarachas se cuelan en las casas, las  allanan, en busca de comida y cobijo hasta que el roción de insecticida y el zapatazo acaban con ellas. Una actitud excepcional, consecuencia de un hecho puntual, circunstancial por la climatología, sin embargo hay que elegir el vocabulario para definir la plagas de estas que infestan el sótano de la Casa Blanca. La noticia tiene el tufo de una inocentada, porque nadie imagina tamaño grado de dejadez que raya en la desidia, que se define como abandono.

La pregunta es cuánto tiempo llevaba el sótano sin limpiarse, sin que nadie bajara a echarle una ojeada. Ya se sabe que es una zona donde se guarda lo casualmente útil y lo normal era ver a algún que otro ratón pequeño y gracioso correteando hacia su guarida, pero desde que se inventaron esas especies de petacas eléctricas, publicitadas de forma continuada y hasta cansina que espantan a todo bicho viviente, estos se quedan en el campo y en los graneros.

Dan ganas de mandar unas cuantas a la Casa Blanca, porque el día que sacaron los abetos y los adornos navideños seguro que hubo carreras en pelo por el vestíbulo como las que daba Fermín, el criado de los Briones de la comedia de Jardiel Poncela. Imposible que las cucarachas y las ratas no hubieran roído las envolturas, imposible no advertir su presencia por el olor a mugre que despiden.

Y dando una vuelta más, se entiende aún menos que se haya reutilizado el material, pues lo lógico habría sido quemarlo. De esta forma la decoración se habría elegido con mejor criterio. En fin, confiemos en que haya sido una broma, una inocentada colada y a destiempo. Confiemos en el titular que nos la desvele, en la imagen de la primera dama sonriendo, buscando la complicidad de la cámara para justificar la travesura que ha levantado el estómago al mundo entero.

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