La Taberna de los Sabios

El espejo en el que nos reconocemos

Ceuta y Melilla son de obligada visita para quien desee adentrarse en los arcanos de nuestra propia historia

Publicado: 11/02/2020 ·
22:14
· Actualizado: 11/02/2020 · 22:14
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Para conocernos, al menos en apariencia, precisamos de espejos. Y Andalucía, al mirarse en las aguas serenas del Mediterráneo, se reconoce reflejada en el Rift, la cordillera del norte de Marruecos que transcurre en paralelo a nuestros sistemas béticos. Al occidente, batidos por las borrascas atlánticas, el verde de los alcornoques y brezos; al este, el secarral y el esparto de las pocas lluvias y el mucho azul del cielo. Visitar Chefchauén es evocar a nuestra Grazalema, todo rocas y agua, adentrarse en las carreteras desde Melilla a Uchda es como atravesar los campos yermos, desgarrados y hermosos del campo de Tabernas, en Almería.

El Rift es África y Andalucía, Europa. Pero, a pesar de encontrarnos en dos continentes distintos, en países diferentes, con credos y políticas en ocasiones contrapuestas, en muchos momentos a lo largo de la historia nuestros destinos se entrecruzaron con amor y odio, con esperanza y zozobra, con respeto y, también, cómo no, con desprecio. Paz y guerra, intercambios culturales y económicos, invasiones en uno y otro sentido hilaron con finos pespuntes las entretelas de nuestro ser. Las influencias recíprocas resultan tan obvias como enriquecedoras para quien quiera ver lo evidente.

Y, en este juego de espejos, dos ciudades brillan con luz propia, Ceuta y Melilla, de obligada visita para quien desee adentrarse en los arcanos de nuestra propia historia, esencialmente destilada en sus apretados perímetros. Regresamos de un viaje a Ceuta, atendido por las gentes eruditas y atentas del Instituto de Estudios Ceutíes, de la mano del escritor y empresario José María Campos y del profesor Álvaro Velasco. Adentrarnos en las entrañas de la ciudad es bucear en las atormentadas aguas de nuestro devenir histórico. Las murallas españolas del XVIII recrecidas sobre la formidable fortificación portuguesa, con su espléndido foso navegable, configuran la cara visible de esta defensa berroqueña que convirtió a Ceuta en una ciudad inexpugnable, a pesar de reiterados asedios sufridos, algunos tan severos y contumaces como los realizados, a principios del XVIII, por el sultán Muley Ismail, mientras que los británicos bombardeaban desde sus embarcaciones. Pero bajo este impenetrable caparazón de roca y ladrillo, latían murallas y construcciones aún mucho más antiguas, que la sabiduría arqueología de un equipo capitaneado por Fernando Villada, han sabido sacar a la luz. Murallas califales que nos asombran por una inesperada puerta de bellísima factura, que conecta los abismos del pasado con la actualidad plácida del interior del Parador de La Muralla. Los restos bizantinos rememoran la gesta del gran Justiniano, empeñado desde su Bizancio dorado en la tarea imposible de reescribir el “Mare Nostrum” de sus antepasados romanos, que lo llevó a ocupar Ceuta y el sureste peninsular, para enojo y temor de los reyes visigodos, que, a la postre, terminarían conquistando la ciudad. Y, bajo los cimientos de este gran palimpsesto, los restos de las pilas de salazones romanos y la siempre activa e incansable actividad comercial de los fenicios, sustituidos por los cartagineses, sus belicosos descendientes. Y esta historia, que también es la nuestra, condensada en apenas unos centenares de metros cuadrados. Ceuta, entre dos mares y dos continentes, contiene la esencia de uno y otro bajo su cielo ancestral.

Recorremos el Cerro del Hacho, con su alcazaba fortificada y sus acantilados azules y nos dirigimos hasta Benzú, bajo los pies de Yebel Musa, la Mujer Muerta, y una de las columnas en las que el gran Hércules se apoyara para abrir el Estrecho de Gibraltar. Al fondo, Punta Leona y la Ballenera, todo ensueño, todo evocación.

Conozcamos Ceuta para reconocernos a nosotros mismos.

 

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