Uno atiborrado de mantecados y cerveza barata sólo piensa en el futuro, en el individual y en el colectivo
Habló el rey. Y no dijo ni hizo ninguna barbaridad, que es lo que les ponía a los Borbones. Defendió lo que hay que defender y luego cenaría del carajo junto a la reina y sus hijas. Pensaba en esto mientras que me entero del artículo de Javier Cercas en El País, ya saben ese escritor genial que, hasta ahora, apoyaba a Pedro Sánchez y estos días llama a la rebelión cívica contra nuestra clase política. No es un día muy de revoluciones el de Navidad. Antes, al contrario, uno atiborrado de mantecados y cerveza barata sólo piensa en el futuro, en el individual y en el colectivo, de este patio de Monipodio en el que nos han convertido España los extremos. Que estamos polarizados es una realidad. Que en España no hay once millones de fachas, también. Que el entendimiento entre los grandes partidos bisagra es necesario nadie puede ponerlo en duda. Pero forman más escándalo Belarra diciendo que Leonor no reinará y el machirulo de Ortega Smith agitando una carpeta junto a una botella de agua vacía que dio en un concejal de Más Madrid. Intolerables ambos, mucho más el segundo que la primera, pero es lo que hay: ya saben, nos hemos deslizado hacia la política espectáculo y populista y, si en Estados Unidos están acojonados de que gobierne Trump, aquí tenemos ya el populismo en todos los partidos. En clave más local, llevo semanas escuchando a varios amigos despotricar contra esta Málaga de las torres y las luces. “No se cabe”, me dicen. Ya saben que yo no hago una opa hostil a los planes de esta ciudad de sol y sal, pero siempre advierto de que en ese viaje a la luna que nos venden haríamos bien en no perder nuestra alma por el camino. Y ya hemos vendido algunos jirones de la misma. Es curioso que hablamos poco de lo importante (empleo, sequía, precarización de la sanidad a pasos agigantados, movilidad insostenible en nuestra tierra) y mucho de las cosas de ricos: cómo vamos a encajar a Cataluña y cómo podemos enchufarle más pasta. A ellos y al País Vasco. Un amigo me dice que eso nos pasa a los andaluces por no tener un partido nacionalista en condiciones. Bueno, lo tuvimos pero aquello acabó en sainete. Una cosa muy de los Álvarez Quintero. Sería como echarle gasolina al fuego, aunque el andalucismo bien entendido sólo lata en unos cuantos corazones cansados. El mío entre ellos. ¡Qué le vamos a hacer!