Los nuevos presupuestos municipales señalan claramente a un objetivo: el auditorio de Málaga. Este, ya lo saben, iría en la Explanada de San Andrés, y es una vieja reivindicación de la ciudad que nunca termina de concretarse. La anterior crisis tuvo como consecuencia que expirara el consorcio entre administraciones que se había creado ex profeso para impulsar su construcción, y los dimes y diretes entre la Junta, el Ayuntamiento y el Gobierno del Estado han sido continuos a lo largo de los años. Lo cierto es que existe consenso en la sociedad civil con el fin de que la capital de la Costa del Sol pueda acoger una infraestructura de esta magnitud. Consistorio y Puerto tienen que ponerse de acuerdo en la permuta de terrenos, algo que parece que ya está hecho o, por lo menos, acordado de palabra, y una vez cumplido el trámite, habrá que ver cómo se pagan los 120 millones de euros que habría que inyectarle a esta iniciativa cultural que pondría a la Ciudad del Paraíso en la liga de las metrópolis que pueden acoger importantes montajes operísticos, por lo que, como ya intuyen, no estamos hablando de una obra que beneficiaría sólo a Málaga, sino a toda Andalucía, una de esas infraestructuras decisivas o disruptivas, que dicen los cursis, de las que rompen tendencias y generan prosperidad allá donde se implantan. Si uno compara el apoyo popular a la Torre del Puerto, ese tremendo rascacielos que se va a levantar en el dique de Levante, y el que reúne el auditorio, las cuentas salen bastante claras, aunque muchos, muchísimos ciudadanos, ven con buenos ojos el rascacielos y callan para no meterse en problemas, que de todo hay. El auditorio se perfila poco a poco en el horizonte, claro que, como ya saben, en Málaga muchos de esos proyectos se convierten en magníficas presentaciones de PowerPoint que nuestros responsables políticos enseñan una y otra vez en distintos foros sin que nunca lleguen a concretarse: ahí tienen el plan especial del Guadalmedina, por ejemplo, o el Plan Litoral, que debía haberse iniciado a finales del año que viene, lo que, ahora mismo, es, sin duda, un objetivo irreal. La Junta ahora, aprovechando que han arreglado lo de Doñana, quiere impulsar también una red de desaladoras, porque el verano que viene habrá sol, pero no agua, según parece. Una desaladora tarda entre tres y cinco años en ponerse en marcha. Necesitamos el auditorio y el agua, pero los tiempos administrativos son los que son: tiempos de silencio, al menos por aquí abajo. Veremos.
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