¿Qué sentirían un día como hoy millones de seres humanos hace 74 años? ¿Cuántas lágrimas se derramarían en ese mínimo intervalo dónde se anunciaba el final de casi 70 millones de asesinatos? El duelo de las pérdidas irreparables confrontándose con la supervivencia más extrema. El rastro inhumano que aún huele a crematorios, genocidios, armas nucleares… Sí, una fecha para no olvidarse. La finalización de la II Guerra Mundial, años en el que el terror no supo de límites, donde el dolor invadió todas las coordenadas y lo abominable llegó a abrazar todos los epicentros de los antivalores. Desde muy pequeña he sido consciente de ese instante primero que llega después de las tempestades, de las cotidianas y de las atemporales. Ese momento de paz que nos inunda, que calma y serena, que nos hace tomar conciencia de su “filia” con lo que llamamos felicidad. Ésta última, casi ya devaluada de tanto marketing, de tanto exponerla como ese reflejo-máscara obligatorio, de tanto sobrevalorarla llevándola al extremo de ser la respuesta siempre bien dispuesta y demasiado prostituida. La II GM, esa masacre mundial de la que aún no hemos aprendido casi nada. De tanto sepultarla, nos llueve ahora la podredura de las ideologías fascistas. ¿Quién le pondrá el collar al cancerbero? Si el Capitalismo y el Mercado nos dominan… la Vida no vale nada, sólo el beneficio. De ahí las justificaciones de todas las dictaduras. El Capital, en su nombre, ha diezmado poblaciones, minorías, diversidades, culturas, tradiciones… Todos los invasionismos han cosechado ira y muerte. El respeto, la convivencia y la solidaridad responden, aun siendo menospreciadas. Yo siempre me digo, a modo de autoconsuelo, que en el mundo hay más humanismo que maldad, me lo creo (con reticencias) porque concluyo que, si no hubiese sido así, sería imposible haber llegado al siglo XXI con tantísimo descerebrado suelto y seguido. No hay acosadores/as sin compinches. Nuestra Historia, como país, por esas mismas fechas comía las mismas miserias. Pero claro, de ese tampoco se habla… La Guerra Civil española terminó en 1939 y en este mismo año se inicia también en septiembre el nazismo, expoliando todas las riquezas de los pueblos a los que crucificaron. Aún tenemos a personas mayores que, si la memoria se lo permite, podrán recordar ese día después de la guerra… ese anuncio pletórico y emocionado de que el drama podría empezar a disiparse, o por lo menos a no cobrarse más existencias. Septiembre, un mes de retornar a lo cotidiano o de experimentar otros descansos, un mes de vuelta a lo que entendemos por rutina laboral o hacer cola en las listas del desempleo. Pero siempre será ese mes en el que se gestó y murió un acontecimiento histórico terrible, el Holocausto, los campos de concentración, los guetos, los bombardeos. Nunca podrá darse un reconocimiento a sus víctimas, el pueblo judío o eslavo, la minoría étnica gitana, el exterminio de las personas con discapacidad o con enfermedades mentales, las personas con diversidad afectiva sexual, para quienes abanderaban la República o el comunismo español, o para las disidentes frente al nacionalcatolicismo… Y menos aún, si ahora salen las voces de ultratumba de sus bárbaros dictadores, esos que sí tendrían que estar dispersados en alguna fosa común de la ciénaga del limbo. ¿Cómo no apreciar ese segundo después de saber que todo lo negativo terminó? A pesar del sufrimiento, florecen las posibilidades para cerrar heridas, aunque sigan doliendo las cicatrices… Con la Paz no se mercadea. Su valor es incalculable, tanto, que nos va la Vida en ella y nuestro paso por este Universo…
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