Eutopía

Juicios que victimizan… ¡Error!

Cuando se insulta, se maltrata. Cuando se falta al respeto, se riega el semillero salvaje de las intimidaciones

Publicado: 08/10/2018 ·
11:47
· Actualizado: 08/10/2018 · 11:47
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Autor

Belén Ríos Vizcaíno

Belén Ríos es trabajadora Social. Profesora de la Universidad de Huelva.

Eutopía

Activista Feminista. Compañera partícipe de la Defensa de los Derechos Humanos y Movimientos LGTBIQ

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Cuando se insulta, se maltrata. Cuando se falta al respeto, se riega el semillero salvaje de las intimidaciones. Minar la dignidad es el ruido que cada vez grita más fuerte. Su escala se incrementa cuando los súper-egos se jactan de no postrarse ante los límites. Quebrar la autoestima de otra persona es el triunfo de la deshumanidad, esa actitud cobarde que se esconde sonriente, apuntalando astillas desde la banda mal encarnada del estatus. Derrumbar tiránicamente lo que se percibe como ‘juguete de hojalata’ es disfrutar añadiendo a la irracionalidad más existencias damnificadas. Chocar con estas sombras es enfrentarse al filo del vértigo. Es no saber si te murmullará por la espalda todo su mantra de frustraciones o si querrá provocar un duelo sin que haya habido ni siquiera un embrión de agravio. No les hará falta que se dejen los micrófonos abiertos para que hieran sus bisbiseos velados. Demasiados espacios, despachos, tribunales, calles u hogares que arden entre ataques y defensas, que se debaten a muerte entre la milimétrica capa que separa la herida del apósito. El acoso psicológico y/o verbal va abarrotando los vagones al ritmo del arbitrario movimiento de la vara. Las connivencias, que dan incluso más miedo, dejaron las agallas en el suelo del tablero. Ante el ‘juicio’, siempre estará apoyándole el banquillo de la adulación dispuesto a venderse por una minúscula dádiva… Como bien expresó el activista y defensor de los derechos civiles, Martin Luther King: “La máxima tragedia no es la opresión ni la crueldad de las malas personas, sino el silencio de las buenas personas”. Para quien es señalada/o, le toca levantarse a pesar de que la caída, nuevamente, le haya dejado ante la frialdad de la intemperie, esa que se teje en un tapiz de corruptelas. Esto no es solo una columna de opinión (que sabe bien cómo afectan las pisadas), ni mucho menos una especie de parábola que bendiga disimuladamente ninguna enseñanza marchitada de resignación, porque en esta última es dónde se entierran las utopías. Tampoco deja de soslayo ningún mensaje codificado, ni existe una única dirección remitente. Es una reflexión en voz alta, porque cualquiera de nosotras/os podemos reconocernos en la largura que traza la filigrana de la persecución. Ésa que es arqueada, sin justificación ni lógica, por muy diversos motivos (patriarcado, machismo, liderazgo despótico, cerebros envidiosos o jerarquías tóxicas). Da igual quién o qué cause la miopía del acoso, lo cierto es que, aunque cuenten con una tropa retroalimentadora, siempre existirán personas o plataformas que procurarán no arrodillarse ante sus envites. Padecer el ‘acoso’ puede dejar el cuerpo y el alma temblando por sus resacas. Aceptarlo sin más es perderse en el camino. Acorralar, por saborear las mieles de la falsa superioridad, es tan deshonesto porque infringe con total intencionalidad un malestar para quien lo recibe. Las dictaduras necesitan de dogmas,de adoctrinamiento, de borreguismo, y por supuesto, del ansia de ser reyes y reinonas de los cortijos que se agencian a golpe de amedrantamiento ‘legal’. Si en el mundo triunfan los juicios que ‘victimizan’ a las personas que necesitan precisamente el respaldo y la protección de los sistemas, es que seguimos profundizando en el abismo de la violencia gratuita. ¡Error!!!

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