Eutopía

N.N: Las iniciales del sinsentido

¿Quién podría tener autoridad moral de atribuirle la condición de ‘sin nombre’ a otro ser humano? ¿Quién podría señalar a otra persona como un/a ‘nadie’?

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¿Quién podría tener autoridad moral de atribuirle la condición de ‘sin nombre’ a otro ser humano? ¿Quién podría señalar a otra persona como un/a ‘nadie’? Un día como hoy, la locución latina Nomen Nescio (N.N) fue asignada a uno de los cantautores sociales que en la actualidad resuena con más fuerza y sentido. Sí, el 16 de septiembre de 1973, después de días de encarcelamiento, tortura extrema y finalmente 44 disparos, una pandilla de asesinos por orden del genocida Pinochet, intentó acallar las consignas de justicia y libertad de Víctor Jara. Incomodó no sólo por su ideología comunista, sino porque sus canciones rebosaban proclamas de igualdad, de liberación, de denuncia por la represión de la dictadura que sufría el pueblo chileno y de ese amor que tiene que aferrarse al dolor de las desapariciones y las ausencias. El día antes de su muerte, escribió: “Somos cinco mil”, pudiendo filtrarse, con una incalculable dosis de valentía sobrehumana, ante el férreo control carcelario. Hay versos que no sabríamos ni podríamos encajarlos, exclusivamente, en un único contexto espacio-temporal. Tienen todas las fechas. Recorren todos los lugares. Y nos recuerdan en silencio o a gritos, que la memoria histórica tiene que ayudarnos a leer los conflictos vigentes.  Jara escribiría en un par de hojas, seguramente empapadas de conflicto, entre el miedo y el coraje, entre el hiperrealismo cruel y un atisbo de esperanza: “Qué espanto causa el rostro del fascismo. Llevan a cabo sus planes de precisión artera. Sin importarles nada. La sangre para ellos son medallas. La matanza es un acto de heroísmo”. Aunque su poema se parió en Chile, sigue recitándose, una y otra vez. Sí, apátrida, sin líneas divisorias, ni muros, ni rejas. Sí, libre, sin países en el que “estabularlo” entre lobos ni corderos. Jara, pensador y poeta revolucionario, continúa proclamando justicia para miles de personas desaparecidas, ejecutadas y supervivientes de la violación de todos los derechos fundamentales. Escucharlo es poder imaginarlo subido en un escenario, aglutinando multitudes, intentando despertarnos y empujarnos a la acción, frente a un mundo fragmentado por los intereses económicos, políticos y religiosos. Sí, en las entrañas de sus últimos versos podríamos identificar la tragedia de Siria: “Cuánta humanidad con hambre, frío, pánico, dolor, presión moral, terror y locura”.  ¿Quiénes asumirán tantas pérdidas humanas? ¿A cuántos cientos de miles de personas se les ha usurpado el derecho a una vida y a una muerte digna? ¿Quiénes se atreverán a señalar que eran los/as sin nombre? ¿Quiénes podrán ocultar que las ‘iniciales del sinsentido’ recorren y piden auxilio en todas las lindes de las fronteras? No queremos ver, ni escuchar, ni siquiera leer (soy consciente que esta columna también provoca sensaciones encontradas). No es humano, esconderse debajo de la manta de la ignorancia. En el siglo de las nuevas tecnologías, lo que se encuentra entre el cielo y la tierra no puede encubrirse, y si se pretende, siempre habrá quienes den hasta la última gota de su existencia para crear fisuras, para que el resto les escuche y sepa las atrocidades que se están cometiendo. Y tú y yo. Y ellas y aquellos. Y nosotras y vosotros… ¿Qué hacemos?  n

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