La Taberna de los Sabios

Fuego: qué hermoso, qué terrible

El fuego y el azufre se ciernen sobre las arenas del Pérsico y el incendio puede extenderse hasta nuestros bolsillos

Publicado: 17/09/2019 ·
20:42
· Actualizado: 17/09/2019 · 20:42
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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El fuego. Arde la mayor planta petrolífera de Arabia, se afilan cimitarras y misiles, se enjaezan y ensillan dromedarios y drones. Los persas, siempre los persas - incansables, indómitos, herederos que se saben de un imperio milenario -, parecen estar detrás de un inesperado e inexplicado ataque de las milicias yemeníes. EEUU denuncia que los ataques partieron desde Irán, el ministro iraní de defensa lo desmiente. Twitter contra twitter, signo de los tiempos. Los saudíes, temerosos, ocultos tras sus millones y sus palacios, hace ya décadas que olvidaron luchar. Lawrence de Arabia sólo fue un sahumerio efímero de color y Hollywood. Herederos de camelleros y pastores nómadas, carecen del hálito imperial que siempre alentó a los iraníes, persas, partos o medos, que lo mismo vinieron a ser a lo largo de su historia ancestral. Los saudíes, sin el apoyo de los Estados Unidos, son la nada y lo saben. Han intentado ganar la partida en Yemen, un país hoy pobre, pero bíblico y legendario, pues de allí partió la riquísima reina de Saba a visitar al gran rey Salomón, el del templo de la plata tartésica. Los saudíes no son capaces de ganar la guerra a cuatro partidas de las montañas, alentadas por su enemigo ancestral Irán, que por eso el islam se dividiera entre sunníes – los árabes – y chiíes, los persas. No se soportan. Los viejos señores de Persépolis desprecian, en el fondo de su alma antigua, a los cabreros saudíes, a los que consideran como unos nuevos ricos que conducen Rolls Royce, pero que continúan oliendo a estiércol.

El fuego y el azufre se ciernen sobre las arenas del Pérsico y el incendio puede extenderse hasta nuestros bolsillos. Si sube el petróleo, lo pagaremos con el sudor de nuestra frente. Irán ha apresado petroleros ingleses y ha derribado drones americanos. EEUU guarda un sorprendente silencio. Más allá de las cuatro bravatas de Trump y compañía, nada han hecho. En otros tiempos, por mucho menos, ya habrían bombardeado puertos, centrales, lanzaderas. Ahora, la nada. O el silencio denso que precede a la tormenta, quién sabe. Tic, tac, el tiempo es el combustible que emulsiona al petróleo ardiente. ¿Qué pasará? Inevitablemente, un grave acontecimiento habrá de sorprendernos, porque el juego del imperio y del poder, no perdona debilidades. Ayatolás inexplicables por el lado persa, situados detrás de los yemeníes y delante de los chinos astutos, arengan con patria, historia y dignidad a los que les tocará morir. Mientras, por el bando saudí, monarcas absolutos de aire medieval y petrodólares temerosos, se parapetan tras los americanos, que ya les sacaron las castañas del fuego cuando los iraquíes, con aquel patán de Sadam al frente, les birlaran Kuwait delante de sus propias narices.

El engranaje de la historia gira fatalmente. Y lo hace en el lugar más ardiente. Por el sol, por el petróleo, por el odio. El pérsico arderá y ni siquiera el DANA – con sus torrentes descomunales y asesinos – podría apaciguar ya unas llamas que rugen con hambre atrasada.

Y mientras, los europeos, con nuestros brexits y juegos florales, como meros testigos de una historia que no nos esperó. Gobernamos el mundo durante siglos, para, decadentes hoy, sólo aguardar al mercenario que habremos de pagar para que custodie las fronteras de nuestro geriátrico colosal y aséptico. Fuimos señores del fuego,pero otros son ya los que dominan las llamas de los bombardeos y de los cañones, la rúbrica sonora y cierta de la única diplomacia posible, en instancia última.

El fuego. Qué hermoso, qué terrible.

 

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