Todavía, quizás, es pronto para valorar en su total y auténtica dimensión la transcendencia del acontecimiento histórico que se ha producido esta semana con la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales estadounidenses del pasado 4 de noviembre. No obstante, de lo que no cabe duda es de que nos encontramos ante una verdadera revolución, revolución a la americana, nutrida tal vez de la savia del más inveterado de los puritanismos, el mismo que inspiró la construcción de esa joven y gran nación multirracial del otro lado del Atlántico, pero revolución a fin de cuentas. ¡Si Martin Luther King levantara la cabeza! La elección de un presidente de origen afroamericano es un suceso tan extraordinario como lo sería acá en España… no sé… digamos, por ejemplo, que Bibiana Fernández, nuestra popularísima Bibi Andersen, llegara a liderar las filas del PSOE, las del PP no creo que pudiera aún, y se convirtiera en –la forma femenina del sustantivo que sigue ya es admitida por la RAE– presidenta del gobierno español. O que ocurriera igual, qué digo yo, con un individuo de origen magrebí, si no rumano. El caso es que el nuevo presidente electo de los EEUU ha suscitado grandes esperanzas de cambio para mejor no ya sólo dentro de la Unión sino también fuera, aunque, como es obvio, no a la humanidad entera su éxito le ha hecho la misma gracia. Éstas han sido las elecciones norteamericanas que más expectación han generado y mayor repercusión mediática han tenido en este planeta global.
Ni las que llevaron a la Casa Blanca al mítico John Fitzgerald Kennedy, en plena guerra fría, llegaron a tanto y es que en 1960 la idea de globalidad no era más que una utopía, o una quimera si lo prefieren, de la que únicamente podía sacarse provecho en la literatura y el cine de ciencia ficción. Una nueva era puede iniciarse en 2009 cuando Obama tome posesión de su cargo, sobre todo, en el ámbito de las relaciones internacionales y, especialmente, en lo que respecta al trato que desde los países desarrollados se puede y se debe brindar al tercer mundo, si desde Washington, por fin, se apuesta por el diálogo, la cooperación y la solidaridad en lugar de hacerlo por la estrategia de disparar primero y dar el alto, para negociar o no negociar, después. Es urgente y necesario que así sea. Dios quiera que este muchachito de color que tantos afectos y tantos adeptos se ha granjeado no nos salga rana.
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