Para algunos, muchos quizás, soñar no pasa de ser un instante fugaz de emoción que se diluye, más o menos rápidamente, en el río del olvido, sin dejar huella en lo más profundo de su ser. Para otros ese sueño es la constante de su vida, la guía de sus afanes, de sus trabajos y sacrificios tendentes a hacer realidad esa ilusión que lo enamora y cautiva con dulzura.
Podría pensarse que el soñador es alguien alejado de este mundo en el que tanto hay que laborar; en el que hay que tener siempre dedicados los cinco sentidos a no dejarse llevar por la tristeza de tanta realidad terrible e ingrata. No caben los sueños, dicen, en un ambiente de tanto dolor y confusión, de tanta miseria que acorrala al hombre, de tanto por hacer para lograr un algo de respiro en medio de tanta hediondez moral y material, de tanto abandono del buen hacer, de tanto desprecio a la dignidad y a la libertad del hombre, de tanta mentira...
El hombre soñador, el que en su corazón tiene la llamada del amor hacia quienes sufren por cualquier causa; no se hará atrás por nada que trate de impedir que su sueño se haga realidad. Ese hombre soñador es un hombre fuerte, en el que su fortaleza tiene como base precisamente la intensidad del dolor de los que sufren, la magnitud de las injusticias que se hacen en el mundo, los afanes de algunos por oprimir a los demás y negarles cualquier posibilidad de pensar y actuar con libertad: con la libertad de amar y sacrificarse por todos.
Hay en el mundo gente así; gente que tiene como ideal amar la verdad, la que se opone a todo tipo de rarezas o de simulaciones. Es envidiable esa forma de actuar en la vida; ser hombre (ser humano en general) que mira con ojos de amor siempre, aunque tenga el corazón roto por el dolor, y que pone todo el esfuerzo de que es capaz –sin reserva alguna– en la solución de cualquier mal. Gente como esa debe estar en los puestos de gobernar, dirigir o mandar.
Si se tratara de un soñador de ese estilo aquella persona que llega a mandar en cualquier lugar, merece que se le ayude a que sus sueños se hagan realidad, pues esos son los de cualquier otra persona amante de la justicia y la verdad. Con el esfuerzo de todos se logrará que la esperanza, que tanto tiempo alimentó el trabajo de muchos, se torne en gozosa apertura a la paz y al amor hacia toda la humanidad.
Nadie en este mundo debiera adoptar el papel de observador; lo adecuado es trabajar seriamente para conseguir, con honradez, lo que se desea. Habrá fallos en el hacer de cada día y, en ese caso, ayudar a corregirlos será la mejor acción posible. El soñador de ley no se debe amilanar por las dificultades y tropiezos que aparezcan en el camino. Antes o después se vencerán.
Sin necesidad de fijarse en el ejemplo de lo conseguido por el actual presidente electo de los Estados Unidos de Norteamérica, verdaderamente impresionante, hay otros muchos que la vida de nuestro entorno nos muestra. Gente que lucha en situaciones difíciles por hacer que la luz de la verdad no la apague nadie, gente que se sacrifica por los suyos, gente sencilla pero que en su alma sueñan con la justicia y el amor; gente ejemplar de verdad.
Si cualquiera de esas personas se tratara de un soñador que no tiene en cuenta lo que nos rodea en este mundo, tan necesitado de amor, sus sueños serán sólo como la visión de una estrella fugaz y no los de la visón de un firmamento cuajado de estrellas llenas de luz.
Esforzarse plenamente en hacer brillar la esperanza y el amor en toda la humanidad, debe ser el sueño de toda persona de bien. Sólo así se será un buen soñador.
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