Tierra de recetas moriscas, judías –antes romanas–, que compusieron un paisaje estrecho de perfil y majestuosa presentación; sin retaguardia, dispuesto con su único ejército de casitas valientes para el combate que se avecina en el campo abierto de su vega, donde el trigo del sol, el algodón del cielo, el sorgo de la aspereza y el tierno maíz; las huertas de la vida, las aguas de un río, una cantera explotada, las casas de los nuevos ricos y antiguos pobres, unos puentes lejanos, un cielo desnudo a veces de color alguno, y los rumores de un pueblo que sube y baja, baja y sube; donde nunca acaba…
Era... Sé de un lugar en que se cruzan los caminos, que igual vas para el alcornocal que para el pinsapo, que te quedas en el olivo, que para Santa María que para San Isidro Labrador pasando por Marcharaví; que lo mismo tiras por calle Nuestro Padre Jesús que por República Dominicana.
Era... Sé de un sitio único donde la inspiración es tal compromiso que llega a emborracharte, o a lo peor amargarte de no encontrar lo que se merece tal escena. ¡Lástima que por sus rincones te sientas indefenso de no poder pregonar con diana lo que ves!… ¿No es alucinante? Es…, imposible.
Sí, era, este espacio entre el mar y el monte; entre donde matan al perro y muere el moro, tiene algo; algo que mata por dentro y, desde luego, amarra a no se sabe bien qué.
Era... Este pueblo blanco tiene estrella, por eso te abandonaré sin recoger tus frutos, porque ya lo harán otros ansiosos de extraer tu líquido verde, el elixir de una tierra sin jamás, de oscuro ayer e incógnitas tentadoras, de rincones de un blanco estallante y almas de seda negra.
Era... Sé de un algo más allá, de un no sé qué que quién sabe de dónde vendrá, si de la poesía, si de la realidad o de la fantasía, del sueño o de la memoria, de sus poetas o de sus albañiles, de su leyenda o de su verdad.
Era... Sé de una ciudad, de luces rojas y riadas, de días abiertos y mentes cerradas, de ideas chispeantes y dioramas permanentes.
Era: “Espacio de tierra limpia y firme, a veces empedrado, donde se trillan las mieses”, que rezas en cátedra. Así es tu corazón, orgulloso y viril, cruel y generoso.
¿Será la de los arcos o tal vez la de la frontera?, ¿la que no se encuentra en el mapa o la de los libros de historia? ¿o quizás la que reluce cual perla pasada?... ¿Serán las dos?... ¿Arcos de la Frontera? ¡Qué sabe Dios!
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