Hasta 19 barreras de entrada llegó a tener la Sevilla amurallada. Puertas construidas desde la época romana, que serían derruidas y vueltas a erigir por las culturas árabes y cristianas a lo largo de los siglos. Y después de tanto trasiego, de tanto quita y pon, llegó el siglo XIX con sus destructores alcaldes, quienes borraron del mapa de la ciudad aquellos portones que vetaban la entrada a los enemigos, a las enfermedades epidémicas o evitaban las inundaciones que causaban la crecida del Guadalquivir. Según el historiador que se consulte, las puertas y murallas tuvieron distintas funciones en el transcurrir de la historia.
Actualmente, apenas quedan vestigios de aquella Sevilla del olvido. Se alza así triunfal la Puerta de la Macarena por su victoria frente al paso del tiempo. El conocido arco guarda multitud de historietas, como la del emperador Carlos I, que entró por ella en 1526, según recoge el investigador Romualdo de Gelo en su estudio ‘Murallas y puertas de Sevilla’.
No hay más de 200 metros entre el arco que aún resguarda la Basílica de la Macarena y la Puerta-torre de Córdoba, que permanece rígida frente al Convento de Capuchinos, anónima ante el ir y venir de hombres y mujeres que no son más que descendientes de almohades, quienes la construyeron con fines militares en el siglo XII. Cuenta la leyenda que el príncipe Hermenegildo murió allí medio milenio antes, pero lógicamente sería en una torre anterior, y narra el cronista González de León que la puerta se salvó de la piqueta mediado el siglo XIX gracias a su buen estado de conservación.
Sigue vivo también, y más que vivo reluciente (se libró del derribo gracias a que su parte superior está habitada), el Postigo del Aceite, protagonista de inmejorables estampas cofradieras. Ahora su nombre indica una antigua zona de entrada del aceite a la ciudad, pero en época musulmana su denominación era la de Puerta de los Barcos, por situarse cerca unas atarazanas para la construcción de navíos.
Si quiere conocer más puertas de acceso a la ciudad, no le queda más que situarse en las calles y plazas que llevan nombres como Puerta de la Carne, Osario, de Carmona, de Triana, Puerta Real, de Jerez, del Arenal, San Fernando, del Sol, de la Barqueta o de San Juan, y reconstruirlas con su imaginación, pues casi nada más que sus nombres perduran ya de ellas.
Algunos restos
No obstante, le será fácil recrear mentalmente dichas construcciones gracias a las encrucijadas de calles, perfectamente reconocibles en cada zona, a las que daban acceso las puertas, y a los ínfimos restos existentes; como los dos metros de muralla de la Puerta Real o Goles, donde se instala una lápida original de la puerta y un lienzo contemporáneo que explica la historia de derribos y reconstrucciones de la misma.
También hay restos olvidados de la Puerta de Jerez (una pequeña placa en la calle Maese Rodrigo muestra un resumen histórico-poético de Sevilla); la de Carmona (un lienzo escondido indica dónde comenzaba la puerta); o del Postigo del Carbón (hay un azulejo de la Virgen del Carmen en el lugar donde se apoyaba el postigo).
Son puertas y postigos de una Sevilla muy distinta a la que construye puentes y carreteras para que lleguen hasta ella toda clase de foráneos. Construcciones que, según el historiador Julio Domínguez Arjona, “debieron ser respetadas por su valor monumental y su curiosidad histórica”.
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