Todo les vale con tal de perpetuarse. Un empeño en el que cuentan con medios de comunicación no ya afines sino cómplices (los favores se pagan) y la ocultación de los hechos incómodos para determinados poderes rinde pingues beneficios.
No son mal de un solo país: pasa en todas partes y, a escala –como sucede en España– se registran casos de favoritismo de poder tanto en naciones como en regiones. En Francia, Sarkozy presiona para que sustituyan al incómodo veterano presentador de la cadena estatal de televisión –acabó siendo sustituido por una periodista más moderna–; Berlusconi lo controla todo en las cadenas de televisiones italiana: las privadas porque es el dueño y las públicas porque son su botín y en España, qué les voy a contar que ustedes no sepan.
Nuestra opinión sobre las cosas y las decisiones que tomamos se basa en la información de la que disponemos, pero esa información aún suponiendo que no sea falsa ha sido seleccionada y agrupada por los medios para dirigirnos hacia una conclusión en vez de a otra. Sin embargo, los medios no expresan la voluntad colectiva: cada uno representa y defiende intereses –y no podemos reprochárselo–. Con todo eso, como señala Tzvetan Todorov, en El espíritu de la Ilustración, un libro muy recomendable, lo que quiero decir es que en realidad disponemos de poca libertad para formar nuestras opiniones. En todos los campos: sobre la bondad de un programa político, sobre la idoneidad de una obra pública, sobre la presunta calidad de un fondo de inversiones... Lo que falla es el sistema de contrapesos. Mal año el que dejamos atrás. Esperemos que los que están por venir no sean peores.
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